Alan Salinas
Alan García y la historia
Entregó su vida para dar otro sentido a la política peruana

Es uno de los textos que más me ha costado escribir. Es uno de los textos que ha tenido una larga meditación para que pueda ver la luz. Y es que este artículo se escribe desde una herida aún no cicatrizada.
Alan García se fue físicamente un miércoles santo, pero no para el olvido. Fue el líder y conductor del aprismo, y dos veces presidente del Perú, y alguien de quien aprendí mucho. Un diálogo con él —lo recuerdo aún— era transitar varios episodios históricos del país, el mundo y el aprismo. Nunca odió.
En un país propenso al canibalismo político, realizó pedagogía política y cívica. Supo tratar, respetar la idea ajena. Impuso siempre el valor y la dignidad frente al escarnio, y también el trato de igual a igual (¡jamás subordinado!). Eso lo demostró a lo largo de su vida. No había nacido para la humillación.
En un país de adversarios antidemocráticos (y frustrados, porque los derrotó dos veces llevando al aprismo al gobierno), Alan García —en reunión constante con nosotros, los jóvenes, en el aula magna de la Casa del Pueblo, con los compañeros y en la plaza pública, dirigiéndose al país— emprendió la cruzada de respetar siempre el orden constitucional. Y de trabajar siempre por los que menos tienen y de aprender a amar a un país que —como dijo Beto Ortiz, parafraseando al intelectual Enrique Bernales— inevitablemente te mata.
Qué duda cabe que sus adversarios esperaban, desde el fondo de su alma sucia, que ayer Jorge Barata —en sus declaraciones— delatase a Alan García. Pero no sucedió así. Barata confesó que Alan García nunca había pactado o insinuado directamente dinero ilícito.
Parafraseando a Romualdo, trataron de humillarlo y no pudieron humillarlo. Quisieron volarlo y no pudieron volarlo. Quisieron romperlo y no pudieron romperlo. Retomando el martirologio aprista, entregó su vida para dar otro sentido a la vida política del Perú. Si bien no será reconocido ahora, la historia, más desapasionada, reconocerá su gesta heroica. Revalorará su trayectoria democrática y su contribución en favor del país. Reconocerá que fue el gestor del cierre histórico de asuntos limítrofes pendientes con Chile. Reconocerá que redujo la pobreza en 20%, que bajo su mandato el país creció como ningún otro país, y como bajo ningún gobierno en la historia republicana del Perú. Y que fue el creador de la Alianza del Pacífico.
Eso los adversarios del aprismo no lo entienden y nunca lo entenderán. En la mentalidad del adversario, una consultoría resulta más importante que el dulce aroma de la historia. En la mentalidad del adversario, lucrar con los derechos humanos, la libertad de prensa y la lucha anticorrupción es más importante que realmente creer en ella. Así han actuado desde la transición a la democracia, allá por el año 2000.
Que esta enorme señal de orgullo —como lo anunció en su testamento político— de la decisión tomada por el compañero presidente nos sirva para el reimpulso titánico del aprismo.
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