Hugo Neira

Alan García en la noche nochera de Barranco

Sobre la obra teatral “En instantes”

Alan García en la noche nochera de Barranco
Hugo Neira
15 de septiembre del 2019


Crónica sobre la noche limeña, más bien barranquina. Y algo más. Fuimos al teatro, a Microteatro, en Barranco. Cuando llegas, te encuentras en una suerte de cafetería, luego bajas una escaleras y te hallas en el lugar escénico (jirón Batallón Ayacucho, 271). El lugar es acogedor, te tratan con amabilidad, puedes tomarte un trago antes de entrar al escenario, hay guías para cada paso. Luego los peldaños para la hora en que se inicia el microteatro. Me sorprendió, no lo conocía. Todo eso, para un público que por cierto ama la noche. Sin embargo, una disciplina de cuartel. Y ahí una obra teatral sobre Alan García. No es broma. No me lo permitiría por respeto a la muerte, y a los que se nos han ido, y con más razón, tratándose de un amigo como Alan, por la aflicción de la hostilidad hacia él cuando en vida. Ahora bien, antes de comentar la obra de teatro, conviene que les diga algo sobre la singularidad de la escenificación.

El local y el lugar. Todos los jueves, los viernes y los sábados, desde las 11:00 p.m. (no me equivoco, a esa hora) una obra titulada «En Instantes». Para ello, han montado un sistema de teatro en el que cada obra dura no más de 15 minutos, y en un local deliberadamente pequeño, y lo que es decisivo, por razones psicológicas, el actor lo tenemos lo más cerca posible. Por lo demás, se presentan diversas obras, todas las cuales —unas cinco— arrancan con una puntualidad admirable, a las 11:00 de la noche, a las 11:10, a las 11:50, etc. De modo que si alguien quiere seguir viendo otras obras, puede hacerlo en el tiempo que transcurre en un obra teatral convencional. Cortita la escena pero intensa, muy intensa. 

¿Por qué fuimos a ver aquella que el personaje elegido era el expresidente Alan García?

Estuvimos, después de cenar en Café Cultural, que es un vagón de tren de los de los tiempos de Maricastaña, porque el libreto ha sido escrito por Fernando Vivas, lo que me intrigaba. Tengo por mi parte la mejor opinión de Vivas periodista, y recordé las veces que entrevistó a García, lo mucho que personalmente lo conocía, y aposté que esa obra teatral no podía ser de ninguna manera una chapuza, y menos un sainete cualquiera, una de esas cosas que aparecen en la televisión y que, queriendo ser graciosos, vuelve el arte del teatro una vil pantomima que solo hace reír a los tontos. 

Nada de eso ocurrió esa noche. Llegamos a la salita para el tablado, y lo primero que vimos era un hombre no alto sino muy alto, de espaldas al público, y nosotros los espectadores, en torno a la escena, en círculo. El actor se llama Alonzo Aguilar, lo han maquillado adecuadamente, luce una falsa papada, pero en realidad, no necesita mucho histrionismo para la representación de Alan García. Vimos los ademanes del extinto presidente, su manera de hablar mientras daba grandes pasos, el gesto de Alan de detenerse y echarse para atrás, como le pasa a muchos de los que son muy altos, y tienen que evitar fatigar la columna vertebral, que suele encorvarse. Vi de nuevo al expresidente; el gesto de echar de golpe una mirada a alguno de los espectadores, mirándole fijamente, como si esa parte del discurso fuese dirigido a esa persona y no a todos. Debo decir que me dejó pasmado. La argumentación, el curso de sus ideas durante el monólogo, no tuvo ninguna ornamentación ajena. Vaya trabajo el de Vivas. Lo que se escuchaba en el proscenio es el posible discurso del extinto. 

En cuanto al soliloquio, las cosas que decía esa suerte de resurrección de Alan García era lo que habría dicho, de estar con vida. El acierto de ese monólogo teatral, tiene el actor que se le parece y a la vez, los giros orales, las referencias a su vida (episodios reales, no literarios), lo que hizo en sus gobiernos, la citación adecuada de Haya de la Torre y las persecuciones de los años treinta, la convicción de que lo odiaban y la respuesta que de por su parte no odiaba. Vuelvo a decirlo, cómo se nota que Fernando Vivas conoce el repertorio de las ideas del expresidente, son los argumentos del fatídico viajero, unas voces que vienen de ultratumba, «la imprescriptibilidad del odio».

El periodismo que sigue el teatro limeño ha aceptado que esa obra toca el destino de esa persona que ya es parte de nuestra historia, e invita a la reflexión. El diario El Comercio, en Somos de la semana pasada, dice: «Para Vivas, la mayoría de peruanos no se ha dado un tiempo para procesar (mentalmente) la muerte del expresidente García». Por mi parte, noche sensacional. Buena obra de Fernando Vivas, impresionante el actor Alonzo Aguilar, el silencio caviloso del público y los sonoros y prolongados aplausos al final.

Que el lector no se equivoque, esto no es politiquería, sino arte. Se evitaron los juicios a favor o en contra. En «esencia», como se dice en estos días oscuros, quien habló fue García. O sea, el amable lector puede gozar de esa dramaturgia, y sus simpatizantes, y acaso también los que lo odiaron. He aquí, una vez más, el triunfo del arte del teatro. Para volver a escuchar al líder aprista que decidió irse, hay que ir a Barranco, estar en la salita de «En Instantes». Un viaje al otro mundo con boletería a 17 soles. Vale la pena. Y bravo por el director Mario Ballón, el actor Alonzo Aguilar, el dramaturgo Fernando Vivas, y la productora, Naomi Moreno, a quien no tengo el gusto de conocer.

No estoy vendido a ningún grupo mediático, no suelo ser ni sobón ni zalamero. Eso de apreciar nos inhibe por ese excesivo prejuicio del qué dirán. A estas alturas del partido, a los ochenta y tantos de mi ya prolongada vida, lo que los roñosos —los cicateros como dicen los madrileños—, los tacaños para elogiar, digan o piensen, me llega altamente. Cuando algo es bueno hay que decirlo. Costumbre que se ha perdido. Y cuando alguien toma una decisión desde el poder y es un error, hay que decirlo. Sencillamente, y sin aspirar a puesto alguno. ¿Estamos?

 

Hugo Neira
15 de septiembre del 2019

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