LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Las cortinas de Palacio
Sobre las maniobras distractivas del gobierno para desviar la atención ciudadana
El Presidente Humala, el congresista Abugatás y el Fiscal Ramos Heredia ponen en la mira a Manuel Burga y, de pronto, el poder político se alza contra la crisis del fútbol peruano. Humala, luego de duplicar el sueldo de los ministros, hace acto de contrición, y denuncia que Julio Velarde, presidente del BCR, se ha aumentado la remuneración, pero el incremento era parte de una mejora general en la entidad bancaria. Para evitar el fuego de artificios que Palacio pretende encender, Velarde renuncia a su justo salario. Sergio Tejada, hundido en el sombrío anonimato después de que el Poder Judicial exonerara a Alan García, vuelve a atacar y solicita que la judicatura revise el fallo. Se gana una notita en los diarios.
El gobierno de Humala podría tener varias definiciones. Podría ser el régimen de la desaceleración económica, de la polarización política, pero también podría ser denominado como el gobierno de las cortinas de humo. Si bien no hubo una virgen que llora, como en los tiempos de Montesinos, si hubo de todo, como en botica, desde la captura oportuna de Benedicto Jiménez hasta los cheques de Antauro.
La cortina de humo es el método de todo régimen que está en permanente guerra política, ya sea a la ofensiva o a la defensiva. Una de las características principales de esta administración es que todo permanece en piloto automático, mientras que las energías de la cúpula se concentran en las batallas políticas con el adversario.
Durante los dos primeros años de gobierno, cuando la mal llamada pareja presidencial tenía casi 60 puntos de aprobación, todas las cortinas de humo estaban destinadas a envolver el objetivo de perpetuarse en el poder. El innecesario maltrato al fujimorismo promoviendo una solicitud de indulto para luego proceder al desaire, y todas las humaredas vinculadas a conseguir la inhabilitación de García, fueron las notas distintivas de Palacio. Las purgas policiales y las movidas por controlar las jerarquías de las fuerzas armadas también tuvieron sus respectivas cortinas. En medio de estos humos, el piloto automático se encargaba del gobierno mientras se fermentaba la actual desaceleración económica y el desborde de la seguridad ciudadana.
Hoy Palacio está arrinconado por las denuncias de los mineros informales, de Oscar López Meneses, y del reciente destape de los vínculos de Martín Belaunde Lossio con una empresa española. Las renuncias de asesores palaciegos, ministros y titulares de diversos organismos se suman ante las evidencias del caso. Pero en el gobierno, fieles al estilo, se ha decidido encender los calderos y lanzar columnas de humo para distraer las miradas del problema.
A lo mejor la cortina de humo es parte de la naturaleza de un gobierno que llegó con el objeto de perpetuarse en el poder, pero que luego respetó la democracia y el mercado por presión de las mayorías nacionales. Quizá el régimen no pueda abandonar esa especie de reflejo pavloviano, pero debería existir alguien en Palacio que pueda proponer otro camino.
Si bien el nacionalismo será recordado como el gobierno de la desaceleración, esa evocación podría ser diferente si es que esta administración, de una vez por todas, se anima a emprender las reformas que el país necesita para recuperar la senda del crecimiento económico. La reforma laboral, la reforma tributaria, la eliminación de las sobrerregulaciones y otras iniciativas transformarían la imagen de Palacio. En democracia, cuando pasa el tiempo, generalmente, los malos recuerdos son reemplazados por los aciertos de un gobernante. La libertad crea sentimientos constructivos antes que destructivos. A Humala le faltan esos goles que podría anotar con solo decidirse a patear el balón.
Por Víctor Andrés Ponce
(7 - nov - 2014)
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