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La guerra política que creó a Pedro Castillo

La devastadora fragmentación del sistema político

La guerra política que creó a Pedro Castillo
Víctor Andrés Ponce
11 de abril del 2021


Los primeros resultados preliminares de la elección nacional nos indican que la fragmentación y la crisis de representación política han derrumbado el sistema político. Una segunda vuelta con Pedro Castillo, de
Perú Libre, un político provinciano vinculado a la dirigencia magisterial y con nexos con el senderismo del Movadef, revela la profundidad de la crisis. Quizá hablar de catástrofe o desplome del actual sistema político –en vez de crisis– sea lo más apropiado.

Sin embargo, vale preguntarse sobre cómo es posible que una sociedad que triplicó su PBI, redujo la pobreza del 60% a solo 20% de la población (hasta antes de la pandemia) y se convirtió en una sociedad de ingreso medio ha terminado encumbrado a un político filosenderista para la segunda vuelta. ¿Cómo puede suceder algo así? Aquí una primera aproximación: la intensa y cruenta guerra política, que inició el nacionalismo contra el llamado “fujiaprismo” –y que continuó a todo vapor en el periodo 2016 -2021, con la guerra entre fujimoristas y pepekausas–, no solo encumbró al desastre de la administración Vizcarra, también comenzó a escribir el capítulo de Castillo en la segunda vuelta. Esa guerra desinstitucionalizó el país, devastó el sistema político y comenzó a derrumbar el modelo económico, ladrillo por ladrillo.

Cuando la guerra política recrudeció, con una feroz persecución de la oposición política, sobrevinieron la pandemia y la emergencia que desvelaron a un Estado fallido, administrado por una burocracia colectivista frívola e indolente. Y de pronto, la sociedad estaba inerme. De nada había valido el crecimiento, y las inmensas mayorías de la informalidad comenzaron desesperadas a buscar una representación, una salida, frente al Estado fallido, frívolo, que no compraba camas UCI, oxígeno ni vacunas en medio de los miles de muertos por le Covid.

Por las estrategias de sus enemigos, y también por errores propios, el Apra, el partido del pueblo del siglo pasado, ya no estaba en el escenario, mientras que el fujimorismo solo era una reedición debilitada del partido popular que llegó a dos segundas vueltas. Por la derecha del fujimorismo apareció un movimiento conservador ideológico más pétreo. Y de pronto, la progresía caviar, que había soñado con destruir al movimiento naranja, soñó con la resurrección fujimorista. Por la izquierda, los movimientos de la progresía que desataron la guerra contra el “aprofujimorismo” se hundieron con la caída de la administración Vizcarra, y contemplaron anonadados cómo emergía el movimiento radical de Castillo.

La progresía de la guerra política, entonces, es el arquitecto principal de este desastre. Claro que los actores de la derecha también tienen su cuota de responsabilidad, pero es evidente que la voracidad estatal de una izquierda que pretendía gobernar sin ganar elecciones ha terminado pariendo el lápiz del profesor de Chota.

Hoy la progresía guerrera de la izquierda, que consideraba que la política era pura información y desinformación, que era incapaz de imaginar siquiera un minuto al Estado como proveedor de servicios de salud ante el deceso de miles de peruanos por la pandemia, se aterra frente a la emergencia de esta izquierda provinciana, autoritaria, con vínculos innegables con el radicalismo maoísta.

Quizá el hecho de que una de las fuerzas de la centro derecha (Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga y Hernando de Soto) pase a la segunda vuelta se convierta en la mayor penitencia para las izquierdas progresistas. Finalmente, tendrán que cerrar filas por algún candidato derechista, al que pretendían destruir, para salvar la construcción republicana y salvarse ellos mismos de la ola autoritaria que se levanta, porque en el mundo emergente e informal ya no están los partidos populares de ayer.

Cuando se renuncia al objetivo central de la política –es decir, al acuerdo y al pacto– y se opta por la guerra y la eliminación del adversario, generalmente nadie sabe para quién trabaja. La historia está llena de estas escenas. Nos venimos olvidando de ese criterio desde la fundación republicana y persistimos en el yerro.

Víctor Andrés Ponce
11 de abril del 2021

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