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La guerra cultural de Castillo y Perú Libre

El sombrero y el quechua en la agenda de debates

La guerra cultural de Castillo y Perú Libre
Víctor Andrés Ponce
19 de septiembre del 2021


En su reciente viaje internacional el presidente Castillo no se quitó el liqui liqui venezolano ni tampoco el sombrero. La señora Lilia Paredes, Primera Dama, igualmente estuvo con una vestimenta muy casual. La presentación de la pareja presidencial desató una intensa ola de críticas y, de pronto, las respuestas en defensa de Castillo lo presentaron como una víctima de un “racismo citadino” que no entiende “la sencillez y la humildad” de los oprimidos.

El sombrero de Castillo llama poderosamente la atención e irrita a algunos, porque se ha convertido casi en una prolongación de la cabellera presidencial. Contemplar al presidente peruano con ese sombrero europeo en medio de los demás jefes de Estado siempre causará las reacciones más disímiles, a favor y en contra,

Sin embargo, es hora de entender que detrás del histrionismo presidencial, –porque todos los conocimos vestido como cualquier citadino en las huelgas magisteriales del 2017– existe una estrategia de poder: pretende convertirse en el símbolo y en el gesto de “los excluidos del país” y de “los pueblos originarios que se levantan contra dos siglos de dominación occidental”. En ese sentido, Castillo solo se sacará el sombrero cuando la victoria de esa estrategia haya sido consumada. Al menos todo enrumba en ese sentido, excepto que sucedan hechos en contrario.

La estrategia simbólica de Castillo revela que detrás del jefe de Estado hay un equipo que reflexiona en el mediano y largo plazo, de lo contrario el mandatario actuaría como cualquier mortal. Es decir, se sacaría ese sombrero que colocado sobre la testa por mucho tiempo debe causar mucho fastidio.

El gesto de Castillo tiene que ver con la llamada guerra cultural que desarrolló el progresismo en las últimas dos décadas para facilitar la llegada de los comunismos más ortodoxos al poder, y que ahora es retomada y profundizada por los colectivismos totalitarios. Como los relatos progresistas fueron una especie de precursores, ahora las corrientes comunistas ortodoxas necesitan cuestionar toda la historia republicana como símbolo de la opresión occidental, e inventar un mundo prehispánico igual al edén bíblico.

En esta guerra cultural, el Ejecutivo pretende convertir al quechua en la lengua opositora al castellano, como símbolo de la superioridad prehispánica frente a un lenguaje occidental. Se olvidan que el quechua es una lengua mestiza fraguada por los sacerdotes españoles para evangelizar a los entonces pueblos originarios, aplastados y oprimidos por el incanato.

Es hora, pues, de entender la guerra cultural en la que estamos inmersos. La administración Castillo erosiona el crecimiento, anula la inversión privada y busca aumentar la pobreza. La reacción de la gente frente a esta tragedia dependerá de los relatos, de las narrativas, que se impongan. Es decir, de la guerra cultural.

Si los comunistas logran pasar esos trapos viejos por los conceptos de “pueblos originarios”, entonces, la tragedia será responsabilidad de dos siglos de dominación occidental. 

Si los defensores del sistema republicano y las libertades demostramos que el quechua y los pueblos originarios solo son quimeras de una simple estrategia de poder, la tragedia del Perú solo será responsabilidad del comunismo, del estatismo, tal como ha sucedido en la historia de la humanidad. ¡Salvo la cultura, todo es ilusión!

Víctor Andrés Ponce
19 de septiembre del 2021

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