A un año del golpe de Castillo y ante la posible libertad de Fujimori

Todo indica que el Tribunal Constitucional podría ordenar la liberación de Alberto Fujimori antes de las fiestas navideñas. Es decir, exactamente luego de cumplirse un año del golpe fallido de Pedro Castillo. Las fechas son paradigmáticas. La llegada de Castillo al poder es producto de las fábulas y narrativas dominantes en las últimas tres décadas, sobre todo la polarización fujimoristas versus antifujimoristas, mientras que la liberación de Fujimori representaría un verdadero cambio de época cultural, institucional y política.

Luego de la caída del fujimorato, a inicios del nuevo milenio, mientras la economía y la inversión privada transformaban la sociedad y reducían la pobreza, las corrientes progresistas se lanzaron a construir una cultura y a desarrollar narrativas anticapitalistas, bajo la envoltura de la polarización política. Desde el tema de los Derechos Humanos hasta los asuntos ambientales, todo se envolvió bajo esa polaridad. El contenido fascistoide de los relatos convirtió al fujimorismo en la suma de todos los males hasta que, finalmente, la llegada de Castillo al poder, en alianza con el senderismo, reveló la enorme potencia destructiva de estas fábulas.

Hoy la institucionalidad apenas sobrevive y la economía está en recesión. Las fábulas progresistas nos negaron la posibilidad de avanzar hacia el desarrollo. En este contexto, ¿qué representaría la liberación de Fujimori? Evidentemente el fin de todas estas narrativas autodestructivas que se basan en el cuento de que el expresidente es la representación del mal en la tierra, una especie del Zar Nicolás de los bolcheviques, por ejemplo. Así suelen actuar todos los totalitarismos.

La liberación de Fujimori, pues, abrirá un cambio de época cultural y política, quizá la posibilidad de forjar acuerdos para que emerjan nuevas derechas y nuevas izquierdas en el país. Sin embargo, hablamos de una posibilidad porque la resistencia del totalitarismo progresista será incansable, más allá de que las mayorías hoy respalden la libertad de Fujimori.

Por otro lado, la eventual liberación de Fujimori restablecerá el Estado de derecho en el Perú, que ha sido violentado por las decisiones de la Corte IDH, una corte tan ideologizada que recuerda las viejas internacionales comunistas del siglo XIX y XX. Aceptar que Fujimori muera en la cárcel –tal como sucedió con Leguía– sería aceptar que la Constitución es letra muerta, que el ejercicio del derecho de gracia consagrado en la Carta Política es una competencia relativa y observable y que el Tribunal Constitucional es un simple apéndice de un grupo de jueces internacionales ideologizados, de escasa formación jurídica, pero de gran trayectoria política y facciosa.

La liberación de Fujimori, pues, tiene un enorme poder simbólico para que surja un relato alternativo a la fábula que nos ha contado la izquierda neomarxista, y que se ha convertido en el combustible y la leña del proceso revolucionario que se desarrolla contra el Estado de derecho.

De allí la gigantesca resistencia a la libertad del exmandatario. De allí la crueldad que convierte a un anciano con una enfermedad terminal en una simple ficha o daño colateral de una estrategia de poder. Es decir, la misma ética de los campos de concentración aplicada a la situación de un anciano.