Hugo Neira

Todorov. “La cuestión del otro”

Todorov. “La cuestión del otro”
Hugo Neira
10 de febrero del 2017

El ensayista europeo que analizó la conquista de América

En uno de sus libros, estudiando a los formalistas rusos (a Vladimir Propp) y sus teorías sobre narración, sostuvo Todorov que la esencia del relato es la transformación del sujeto. Entonces, sigamos el consejo.

Había una vez un joven nacido en Sofía, Bulgaria, que decide proseguir sus estudios en París, y doctor en 1970, ingresa al CNRS —la mayor institución para la investigación— y tiene una carrera fulgurante. No es el único caso de intelectual venido de los Balcanes. Julia Kristeva, también es de origen búlgaro, lingüista, psicoanalista, escritora. Y de Argelia, Jacques Attali. No es sorprendente, pues, que entre otros temas, Todorov se interese por la alteridad. “La cuestión del otro”. Y Todorov, venido de los Balcanes, de ese lugar en que se preguntan dónde nace Europa, adopta una civilización: el mundo de México, el azteca. Y entonces, para explicar a Todorov y su interpretación de la Conquista, sigamos con la teoría del relato como sorpresa.

Había una vez un emperador en un extremo del mundo. Se llamaba Moctezuma II, había accedido al trono en 1505, su imperio era potente, dominaba regiones frías y calientes, y un flujo comercial y comerciantes que viajaban, los pochtecas, haciendo la prosperidad de las clases dominantes, que practicaban la guerra, la cual era el ascensor de subida para las clases bajas, cuyos hijos, si eran fuertes y aguerridos, podían aspirar a ser ‘Caballeros Águila’. Los mexicas habían conquistado ese mundo mesoamericano, y su jefe, el tlatoani (no rey, sino el que tenía la última palabra), vivía entre palacios en Tenochtitlan, una ciudad levantada como Venecia sobre el agua de una inmensa laguna, una de las ciudades más grandes del mundo —200,000 habitantes— solo comparable a Constantinopla. Cuando los invasores españoles la descubren, se quedaron con la boca abierta, y uno de esos guerreros, el cronista Bernal Díaz del Castillo, lo cuenta: “nos parecía como las ciudades de maravilla de los libros de caballería de Amadís de Gaula”. Pero llegará Cortés para descubrir las fallas del poder soberano azteca, la fragilidad del sistema político.

Había una vez, en una isla cercana a México, una colonia de españoles, luego del Descubrimiento. Pero de las islas del Caribe no habían casi salido. Al frente, en el continente, al parecer, había más indios, más pueblos y más oro. Con frecuencia hacían lo que llamaban “entradas”, sin grandes resultados. Hasta que uno de ellos, dedicado a la venta de caballos, sediento de intervenir en una hazaña militar, forma una “compañía”, un grupo de hombres de guerra, a su cuenta y riesgo. Hernán Cortés, sin embargo, tenía algo distinto de los otros colonos, había estudiado en Salamanca. Era culto. Era un renacentista, gente ferozmente individualista, y un coetáneo de Maquiavelo, el maestro del realismo político.

Y así llegan a Tenochtitlan, subiendo desde Veracruz hasta el valle central, y en una fatídica fecha, el año Uno, Junco, 1519. Fue un azar afortunado para Cortés. Esperaban los aztecas ese signo de los coléricos dioses, con el corazón apretado, el retorno del rey-sacerdote convertido por la leyenda en un ser sagrado, Quetzalcóatl. Había prometido regresar, no amaba la guerra. Y entonces, Moctezuma II se pregunta, ante esa gente extraña, si eran dioses o sus enviados. El Imperio azteca no era tal, era una Triple Alianza. Era frágil. Los aztecas se habían excedido en su dominación, no solo sus avarientos recaudadores de impuestos, los calpixque, sino la exigencia de jóvenes combatientes para sus “guerras floridas”, para sacrificarlos en sus pirámides sangrientas. Cortés se había enterado de todo aquello, se detuvo a conversar con los jefes locales. La alteridad sirve a quienes aman al otro y lo estudian —Sahagún en México, Cieza de León en el Perú— pero eran humanistas y no soldados.

Y aquí interviene Todorov. Mucho se ha escrito, y se escribirá sobre el derrumbe de la civilización azteca (previo al derrumbe inca), pero La Conquista de América de Tzvetan Todorov pone en el tapete una cuestión decisiva. ¿Quién de los dos, Moctezuma o Hernán Cortés, entendió más rápido y mejor a su rival? Todorov innova introduciendo en la historiografía la relación comunicacional. Moctezuma pensaba desde sus mitos y temores. Cortés es ya un moderno: calcula, pesa y actúa. De un lado, el pensamiento mágico. Del otro, la feroz racionalidad. No me pregunten quién venció.

El libro de Todorov es una joya. Las razones de la victoria del invasor: “comprender, poseer, destruir”. A los aztecas —que eran numerosos y acostumbrados a combatir— no los vencen las espadas de acero, los caballos ni la pólvora, sino algo que sí tenía Cortés y no los aztecas, algo que se llama política. Logró que lo apoyen 10,000 guerreros. Lo de Todorov sobrepasa el marco de lo mexicano. El que posee lo cognitivo, tiene el poder.

Hoy, esta nota se escribe porque Todorov se nos ha ido. Pienso en su amor por el mundo mexicano y lo imagino, en uno de esos “paraísos de bruma” que ha descrito otro mexicanista, Alfredo López Austin. Y también, esta nota para mis paisanos. La dominación estudia al dominado para ver cuál es su lado frágil. Odebrecht ha puesto en claro que, en el estado actual de las cosas, es la vanidad junta a la rapiña. Y acaso, nuestro solapado desdén por la cultura.

Por Hugo Neira

Hugo Neira
10 de febrero del 2017

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