Jorge Valenzuela

Noventa años sin Kafka

Noventa años sin Kafka
Jorge Valenzuela
12 de junio del 2014

El genio que abrió los sentidos al mundo interior

El escándalo de la prematura muerte de Frank Kafka (tenía sólo 41 años) ocurre todos los días para quienes lo consideramos el padre de la novela moderna. Su obra es la primera que plasma la imagen del hombre extrañado de sí mismo en el contexto de la expansión de las ciudades en Occidente. Por ello resulta tan contemporánea y necesaria para comprendernos a nosotros mismos como el aire que respiramos.

Max Brod, el entrañable amigo de Kafka, escribió alguna vez que estar con él podía producir en el interlocutor una sensación de bienestar y que “en la conversación íntima se le soltaba asombrosamente la lengua, llegando a entusiasmarse y a ser realmente encantador”. Creo que estas palabras resumen bien la personalidad del supuesto autor “torturado” y contradicen el lugar común que los críticos biografistas han construido al tratar de ver en él a un pobre infeliz. Podemos, pues, imaginarlo como alguien amable, de buen humor y que, según Brod, sólo en algunas ocasiones se sentía desorientado y desvalido consigo mismo.

Frente a los que observan su obra como una manifestación de la literatura fantástica o sus derivados, habría que anotar, más bien, que Kafka se inscribe de lleno en el expresionismo cuyo código estético desarrolló en la mayoría de sus obras. Kafka es expresionista porque le da preeminencia al absurdo como una estrategia para develar el confuso y contradictorio sentido del mundo y lo es también porque elige deformar la realidad objetiva con el propósito de manifestar estados interiores como el de la enajenación del sujeto. Es expresionista cuando elige el tratamiento de lo grotesco o repugnante y cuando se acerca a lo morboso y enfermizo con el fin de interpelar radicalmente la emotividad del espectador. Los expresionistas como Kafka renunciaron a cualquier codificación realista de la realidad y siempre prefirieron la proyección subjetiva sobre los objetos del mundo en el entendido de que la verdad o esencia de las cosas no radicaba en su superficie sino en lo que escondían.

Franz Kafka inscribió su legado en el expresionismo, pero lo hizo de modo singular adelantando en sus obras la introspección existencialista que tendría lugar treinta o cuarenta años después. La violenta exposición del sujeto alienado, es decir, enajenado de su propia condición de ser humano es el gran tema de su obra. Desposeído de su propia voluntad, transformado en otra cosa, sus personajes sufren los efectos del ejercicio de un poder que desconocen y que ha terminado por convertirlos en monstruosidades que sostienen un debate moral. La descripción de ese poder infinito obligó a Kafka a somatizar ese estado de dominación y marginalidad en insectos y seres cuyas anomalías y singularidades pueblan sus textos.

Con su obra, Kafka logró uno de los más grandes propósitos de los expresionistas: abrir los sentidos al mundo interior, lograr que la literatura pudiese escenificar y hacer visible el drama personal del hombre contemporáneo, en el que la angustia, el miedo, el delirio y la pérdida de identidad pasaron a constituirse en los grandes temas de nuestra época.

  Por Jorge Valenzuela

Jorge Valenzuela
12 de junio del 2014

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