Horacio Gago

La tribu del liberal

Vargas Llosa, siendo antipático, es un intelectual que vale su peso en oro.

La tribu del liberal
Horacio Gago
21 de marzo del 2018

 

Mario Vargas Llosa cae antipático a muchos peruanos por su petulancia, su piconería cuando las cosas no salen como él quiere, sus odios eternos a Fujimori o De Soto; o por hacerse español con tal de que le blandan un título nobiliario, su tacañería con los nuevos y no tan nuevos talentos literarios peruanos (por ejemplo, Jorge Eduardo Benavides) y sus preferencias interesadas (para que no le hagan sombra) por escritores mediocres que le son áulicos (como Guillermo Niño de Guzmán). También, por qué no, por abandonar a su esposa Patricia, después de medio siglo de casado, y sustituirla por una “niña mala”, Isabel Preysler, la reina del papel cuché español. También por su sentirse omnipotente y haberse designado valedor democrático de Humala; y su decepción de PPK, a quien promovió “como a nadie”, según sus propias palabras. Es decir, un antipático de sobra.

Pero Vargas Llosa, siendo antipático, es un intelectual que vale su peso en oro y un auténtico orgullo para el Perú. Junto a García Márquez y Julio Cortázar, el divo hispano peruano es parte de la crema de la crema de la literatura latinoamericana con vocación universal. Sus novelas Conversaciones en la Catedral y La guerra del fin del mundo son dos obras fuera de serie, trabajadas laboriosamente las dos, palabra por palabra, idea por idea, diálogo por diálogo. Ningún lector queda igual o indiferente después de ellas.

Ahora, el Nobel arequipeño acaba de publicar La llamada de la tribu (Alfaguara, 2018), un excelente libro compilatorio de las biografías e ideas principales de siete pensadores liberales cruciales, que todo ser vivo y pensante que pretenda considerarse liberal —e incluso los antiliberales o los conservadores— deben conocer: F. V. Hayek, J. F. Revel, Adam Smith, Isaiah Berlin, José Ortega y Gasset, Raymond Aron y Karl Popper.

El libro se inicia con un resumen de Vargas Llosa sobre su propia experiencia como ex comunista y socialista devenido en liberal. Su camino a Damasco, narra él mismo, fue el caso Padilla (1968) cuando Fidel Castro, hasta entonces un líder carismático que pugnaba por establecer en Cuba una república solidaria y honesta, decide perseguir y encarcelar al poeta Heberto Padilla por el delito de escribir poemas que los barbudos castristas interpretaron como atentados contra la revolución. Vargas Llosa, tras ello, descubrió que la libertad soñada por los espíritus revolucionarios solo era una frase vacía y que, más bien, enmascaraba un profundo sesgo totalitario.

Sin narrar el libro (no tiene sentido, más bien insto a que lo lean), sino destacando lo novedoso, el contenido marca una diferencia con el Vargas Llosa liberal de los años noventa (de corte economicista) y el de hoy, post crisis financiera. El de hoy es un liberal cultural, un humanista e individualista, creyente fervoroso de la posibilidad de que esa “casualidad” que significa la libertad, impregne no solo la zona económica de la vida de las personas, sino todo lo que les incumbe. Especialmente su cultura: su sentido de pertenencia, sus arraigos, sus cambios y cavilaciones, sus opciones personales, sus dudas e incluso sus atavismos.

El antipático de siempre es, además, un liberal integral: ni esclavo del mercado ni menos del Estado. Un partidario de construir en cada ser humano una capacidad de autodeterminación no sujeta a mandato imperativo alguno. Síguenos cayendo mal Mario. Nos haces tanto bien.

 

Horacio Gago
21 de marzo del 2018

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