Hugo Neira
Ironía, idea del Estado, humanidad. Luis Bedoya Reyes
En la presentación del libro “La palabra del Tucán”
Los que tuvieron la fortuna de estar en el auditorio de la Biblioteca Nacional el lunes pasado olvidarán difícilmente esa noche excepcional. Se presentaba un libro, La palabra del Tucán. Era una presentación, pero algo más. El propio Bedoya Reyes en escena. Libro de Harold Forsyth, Embajador, y de Luis Bedoya Reyes. Uno hace las preguntas, pertinentes, oportunas, y el Tucán responde con franqueza. Esa noche hubo un panel de comentaristas, Augusto Ferrero Costa, Salomón Lerner Ghitis, Hugo de Zela Martínez, Raúl Diez Canseco. Una mesa de primera y lo digo con sonrojo, yo estaba en ella. Por ser quien escribió el prólogo. Resulta que estaba en el extranjero y entra una llamada de Harold. El Embajador me hace saber que acaba las entrevistas y don Luis Bedoya Reyes, él mismo, me pide el prólogo. Y el lunes pasado nos ha dicho por qué. Le dijo al auditorio que había un texto mío a la muerte de V. A. Belaunde reconociendo los méritos del mejor rival de Mariátegui. Y es verdad, incluso cuando era marxista, no fui nunca un sectario. Del prólogo al libro de Forsyth/Bedoya Reyes, tomo un par de idea para esta crónica. Pero le digo con sinceridad, vuele a comprar el libro. Es una obra extremamente interesante y por diversas razones.
De entrada, sorprende en la lectura de las entrevistas la franqueza de Bedoya Reyes. Lo grande es siempre sencillo. A fin de cuentas, la torre Eiffel es una enorme pieza de arquitectura mecánica para mostrar que el hierro es útil. Además, ahí está entera la vida política de Bedoya Reyes y la de la clase política peruana. Leguía, Seoane, Belaunde, Haya, Barrantes, Silva Ruete, Vargas Llosa, ¡qué galería! Y por cierto, la historia de la democracia cristiana y los socialcristianos. En cuanto a los personajes —en situación, como diría la gente de teatro—, están tal cuales. Yo me atreví a contar un par de anécdotas del texto y que tienen coprolalia, malas palabras. Me armé de coraje y las conté. La gente se echó a reír de buena gana. Luego ocurre lo mejor de la noche. El Tucán toma la palabra.
Una petición de principio. ¿Cree el amable lector que estoy para decir candideces? Me ha llovido nieve en las sienes. ¿Cree que me propongo por algún interés personal elogiar, aplaudir y enaltecer lo que pasó esa noche?
Fue algo excepcional. Miren, yo he conocido a Haya de la Torre. A Fidel Castro. He estado treinta años fuera de Lima. He frecuentado en mi vida a políticos y a sabios. Es difícil ser ambos. Pero esa noche, don Luis jugó sendos roles. Primero y por un buen rato, a los del panel, uno por uno, nos tomó el pelo delante de un auditorio que se partía de risa. Sin duda la ironía es humanista, no demuele, mejora. Ahora bien, terminado ese acto de sapiencia sobre la personalidad del otro, Luis Bedoya Reyes se puso serio. Y arrancando un discurso dentro del discurso, se puso a hablar como el estadista que es.
Dijo que en el Perú nos faltan proyectos políticos de largo plazo. «Habría que saber qué queríamos que fuera el Perú de aquí a cincuenta años». Dijo que descuidamos el gran océano que tenemos, «que nos descubre un extranjero, Humboldt». Dijo que ese mar es nuestro, sin embargo «cada día lo depredamos». Dijo que hay dos rasgos que caracterizan el Perú actual. El mestizaje y la huella de esa migración que hoy son clase medias nuevas por su trabajo. Y que esperan al Estado (esto último es mío). Recordó a Jorge Basadre, por aquello de «el país de las oportunidades perdidas». Lo aplaudimos todos de pie por un buen rato, a ese joven de 97 años. Me atreví a decir que fue una lástima no haberlo tenido de presidente.
Salud maestro por la lección que es su vida misma. Doble lección de política y ética, la cortesía y tacto en el trato con el rival y la entereza ante los poderosos. Por el libro desfilan Velasco y Sánchez Cerro. Qué historia del Perú contada por Harold Forsyth y el Tucán, mote que le puso Sofocleto que, dicho sea de paso, era un genio. Sobre eso, en otra oportunidad.
Hugo Neira