Mario Saldaña

Congreso de salida

Congreso de salida
Mario Saldaña
21 de abril del 2016

Evitemos que los últimos seis meses de función congresal sean una oda a la demagogia y al populismo

Tan o más peligroso que un Gobierno de salida lo es un Congreso en la misma coyuntura. Ya no solo es que estamos ante los últimos siete meses de labor parlamentaria (nominalmente hablando, dado que los meses de enero a abril son prácticamente nulos pues todo el mundo anda en campaña electoral) en los que los incentivos para debatir y aprobar barbaridades aumentan significativamente por las elecciones, sino que crece la desesperación por dejar “huellas” y “herencias” para la siguiente gestión.

Quienes no han sido reelectos el 10 de abril (más de las dos terceras partes del actual Legislativo) pueden adoptar dos tipo de conducta: indiferencia total, práctica inasistencia a sus labores congresales (un ejemplo: la Comisión de Constitución ha coronado seis reuniones frustradas por falta de quorum, claro, con el gentil financiamiento de nuestros impuestos); o terca necesidad de “pasar a la historia” con decisiones de alto impacto, como la insistida ley que permite a los afiliados a las AFP recabar hasta el 95.5% de sus aportes tras cumplir los 65 años (que, en buena cuenta, es una abierta perforación al sistema privado de pensiones).

El siguiente Congreso puede y debe revisar o derogar varias disposiciones del actual; por ejemplo, el sentido común dictaba que fuera el próximo Legislativo el que realizara una reforma integral, técnicamente bien planteada y con el mayor grado de respaldo y consenso posible, del sistema previsional del país. Más allá de eso, estamos ante un claro indicio de que las normas electorales para la conformación del “primer poder del Estado” tienen que reformarse con un sentido de realidad (del que carecen) y teniendo como objetivo el fortalecimiento de la gobernabilidad.

Si bien nuestro sistema político es un híbrido, durante los últimos quince años los resultados entre las primeras y las segundas vueltas han creado brechas e inconsistencias entre el candidato finalmente ganador y la conformación del Parlamento. Así, hemos tenido gobiernos sin mayoría y con representaciones altamente fragmentadas en el Congreso. Lo lógico sería, por ende, que el Congreso se renovara por tercios o mitades a la mitad del mandato (dos años y medio), o en su defecto que elijamos a nuestros representantes junto con la segunda vuelta electoral. No solo competirían las listas de los dos finalistas, sino también las de otras organizaciones declaradas hábiles.

Con el esquema de renovación por mitades o tercios los riesgos arriba citados sobre el Congreso de salida estarían más acotados. Si eligiéramos al Parlamento en la segunda vuelta, lo ideal sería que, desde unos tres o cuatro meses antes de las elecciones, solo opere la Comisión Permanente para labores de control político, y que sea esta entidad la que se encargue de entregar la posta al siguiente mandato. En ambos casos estaríamos evitando que los últimos seis meses de función congresal sean una oda a la demagogia y al populismo (o a la vagancia, según el caso), financiada al 100% con nuestros impuestos; adicionalmente, y en muchos casos, con un alto impacto fiscal que terminamos pagando entre todos los que no podemos más que mirar el circo y la farra.

Probablemente sea ingenuo pedir este tipo de reformas. Pero ya es hora de que no solo las pensemos sino que las exijamos.

 

Mario Saldaña C.

@msaldanac

 

Mario Saldaña
21 de abril del 2016

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