Hugo Neira

¿Aprismo? Aprismos, un iceberg en el mar de la incertidumbre

Un “golpe maestro” de Alan García

¿Aprismo? Aprismos, un iceberg en el mar de la incertidumbre
Hugo Neira
17 de julio del 2017

Un “golpe maestro” de Alan García

Hace una semana propuse ocuparme de un terremoto. Y en realidad, hubo no uno sino tres. El Instituto Geofísico Nacional registró un sismo de 4.2 grados de magnitud en la provincia de Oyón. No fue gran cosa. El segundo ocurrió en los quioscos. En los titulares, Ollanta Humala y Nadine Heredia. Desde «Prisión conyugal» (El Comercio) a «Juez ordena cárcel para Humala y Nadine» (La República) a « Tras las rejas » (La Razón, Expreso, Karibeña) hasta la mención muy modesta de El Chino, el célebre tabloide del fujimontesinismo de los noventa, que hoy prefiere ocuparse de la «disfunción eréctil». De las portadas, la mejor, es del semanario de César Hildebrandt, «¡Esposados!». Flor de juego verbal y doble sentido. De los comentarios en las radios, mejor ni ocuparse.

No debo continuar sin confesar desde dónde razono. No soy un opinólogo. Ni tengo pretensiones de ideólogo. Acaso un universitario (lo de académico es pomposo) que dicta clases, escribe libros y hace periodismo. Sin olvidar que soy un abanquino que crece en el barrio bronco de Lince y cuya carrera de docente se hace en Europa. Vengo del pueblo. Y los partidos que vienen del pueblo puedo no aprobarlos, sin llegar al odio. Si alguna militancia tuve, fue de joven y era comunista. ¿Cuando dejé de serlo? Cuando acompaño a los espontáneos movimientos de sindicatos campesinos en los años sesenta, que me enseñaron que era posible la autorganización de los explotados sin partido alguno. No fui el único en mi generación. A Fernando Fuenzalida le bastó unos meses en Polonia comunista para apartarse por completo.

Pero ni como comunista ni cuando Velasco, fiel a mis principios, jamás fui antiaprista. Si hubiese sido argentino, tengo la certeza de que no hubiese sido antiperonista. No es corriente en Lima asumir que alguien razone, discrepe, pero sin una previa ojeriza. En cada propuesta mía hay una teoría. Frédéric Lordon, investigador francés del CNRS, propone como método «un estructuralismo de los afectos». Si no se entiende eso —el factor subjetivo—, no entenderemos nunca por qué hay peronistas y apristas. Ni tampoco izquierdas y derechas. Prefiero la razón, pero Pareto señaló que la política es el terreno de lo no lógico. Se olvidan en Perú que quien introdujo la antipolítica fue el mismo Alberto Fujimori. Resulta irónico que quienes lo combaten tengan una actitud que prolonga lo peor de los años noventa. Los diarios están llenos de montesinistas anti-Montesinos.

Sobre ese Congreso aprista, El Comercio dice que se enfrentan sectores. Puede ser, pero hay otra manera de verlo. Es un asunto interno, conflictos intestinos, y en su larga historia no es la primera vez. En ese caso, yo no me meto. Francamente, las desavenencias entre apristas me parecen un asunto conyugal. En los líos de pareja, es mejor no intervenir. Si la esposa de un amigo me cuenta que se están separando, yo no le voy a decir «al fin te das cuenta de ese desgraciado, te sacaba la vuelta todo el tiempo». A las pocas semanas, puede que la pareja se amiste y uno queda como palo de gallinero, o sea, cagado por chismoso.

¿Qué pienso de ese Congreso? Es «un coup de maître» de Alan García. Golpe maestro, lo renombran presidente del partido. ¡Y luego renuncia! He escuchado a gente que lo detesta, pero admiten su habilidad. Pero, ¿para qué? Está claro que me equivoqué de metáfora. No hubo terremoto, más bien el iceberg que está separándose de alguna Antártida. ¿El aprismo va a flotar en el mar de la incertidumbre hasta el 2021?

Sinceramente, esperaba algo más reflexivo. El aprismo, de izquierda o de derecha, necesita su Vaticano II. Un aggiornamiento. El pueblo de Haya, la plebe urbana, diría Carlos Franco, no es la del jirón Gamarra y los Conos de hoy. Todo está por discutirse. La política en nuestros días no son las masas. Son los individuos. Podemos, por ejemplo. El aprismo no se está renovando. Tampoco la izquierda, no han hecho su perestroika y es hora de un mea culpa. Llevaron al poder a Humala.

No hay que ser aprista para preocuparse por el gran partido que fue una socialdemocracia. Cuando digo eso a los apristas, no les gusta. En una conferencia a tres en Villa Mercedes, hace poco, Carlos Roca me llevó la contraria. El universitario que soy los clasifica de esa manera. ¿Pero son posibles en sociedades que no han pasado por una fase industrial? Todavía la cuestión de encajar democracia y cambios sociales no encuentra una vía ni en Perú ni en la América Latina. Todo eso debe ser pensado en un Congreso. Haya ya lo hubiera hecho. Sus ideas nunca se quedaron estancadas. Recuerdo el «todo fluye, todo cambia», de Heráclito, en el Antiimperialismo y el Apra, de 1928. De haber vivido, hubiera llamado a otro tipo de Congreso.

En suma, no estoy en el negocio de los puestos públicos, a ver si me entienden. Ese aprismo, si de alguna Antártida se aleja, es del sentido común del ciudadano. Lo mismo ocurre en el resto de la clase política. ¿Quién manda en el Apra? ¡Allá ellos!

 

Hugo Neira

Hugo Neira
17 de julio del 2017

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