La denuncia de la Asociación de Gremios de Productores ...
A inicios del nuevo milenio, luego de las reformas económicas de los noventa y cuando la democracia se consolidaba, el Perú crecía en promedio en 6% del PBI y se reducía la pobreza en 3 o 4 puntos anuales. El país parecía haber alcanzado una velocidad crucero y las proyecciones de los organismos multilaterales y de los principales economistas, señalaban que, si la expansión continuaba en ese ritmo, lo más probable era que hacia el Bicentenario el Perú llegase con un ingreso per cápita cercano a un país desarrollado.
No sucedió así. Por el contrario, luego de la pandemia, el 2021, los peruanos eligieron a Pedro Castillo, el candidato de la izquierda comunista, respaldado y promovido por el progresismo. El resultado: la pobreza llegó a 27% luego de haber bajado a 20% de la población.
¿Por qué el Perú empezó esta involución que ha terminado en un estancamiento general del crecimiento? La respuesta es una sola: la política y la cultura se envenenaron; o para decirlo de otra manera que no le suele gustar al progresismo, la izquierda ganó la batalla cultural. ¿A qué nos referimos? Por ejemplo, el informe de la Comisión de la Verdad y el discurso del supuesto “conflicto armado interno” emponzoñaron de tal manera la política que fue imposible construir una comunidad política. Se desató una guerra civil sin balas hasta la elección de Pedro Castillo, el peor candidato de la historia republicana y el menos preparado.
Asimismo las narrativas que apuntaban a demonizar “a la empresa privada y a la burguesía”, como la causa de todos los males nacionales, buscaron empoderar al Estado como el gran redistribuidor de la riqueza y fomentaron la creación de ministerios, oficinas y sobrerregulaciones que levantaron el actual Estado burocrático. El Estado entonces se convirtió en enemigo de la inversión privada y promovió la informalidad de las unidades más pequeñas.
¿Cómo así entonces el Perú se salió del camino al desarrollo? Finalmente, Castillo apenas gobernó unos meses y, en general, el progresismo suele argumentar que las izquierdas nunca llegaron al poder; sin embargo, la izquierda llegó al poder con Ollanta Humala el 2016 y Castillo el 2021. Pero al margen de cualquier variable, las izquierdas desarrollaron una de las guerras culturales más sofisticadas de la región, solo comparable con la manera como el progresismo influye en las sociedades occidentales desarrolladas.
¿A qué nos referimos? Revisemos la legislación vinculada a los llamados pueblos originarios y entenderemos que, en base a fábulas, no solo se han creado las entelequias de los pueblos originarios –sociedades esencialmente mestizas– con el objeto de detener la minería moderna a través de la llamada consulta previa, sino que también se han reformulado las líneas generales de la historia del Perú. De acuerdo con esas aproximaciones parte de la legislación peruana sobre los pueblos originarios busca enfrentar cinco siglos de dominación colonial de Occidente. ¡Eso es una guerra cultural!
La sobrerregulación y el intento de bloquear a la minería moderna son hijos del vientre del ecologismo radical que enfrenta a la minería con la agricultura y crea una guerra absurda por el agua. El intento de eliminar el sistema promocional del agro, igualmente, tiene que ver con los relatos y las fábulas de las oenegés que buscan detener el capitalismo y la reducción de la pobreza en el campo.
Asimismo, la reducción de productividad de la industria pesquera restringida a pescar desde la milla 5 con el supuesto objetivo de preservar la biomasa de anchoveta es otro golpe al sector privado. Cuando antes se pescaba desde la milla 3 y ahora desde la 5 la biomasa de anchoveta se mantiene igual en 10 millones de toneladas métricas. El objetivo de estas campañas de desinformación siempre es favorecer a los competidores internacionales de la producción del país.
Todo esto se llama guerra cultural porque, debajo de las leyendas y mitos, siempre está la idea de sobrerregular la voracidad del capitalismo y empoderar a la burocracia en su fallido papel de redistribuidor de la riqueza.
















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