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En nuestro medio existe poco conocimiento de la dramaturgia actual de otros países latinoamericanos. Por eso es grato que se traiga a escenarios peruanos alguna obra de esta región que haya logrado trascender las fronteras de su país de origen. Y ese es el caso de Tebas Land, del uruguayo Sergio Blanco (Montevideo, 1971), uno de los más grandes éxitos de los últimos años dentro de la dramaturgia escrita en español, representada en diversas ciudades de Latinoamérica y Europa (Madrid, Berlín, París), y que ha obtenido el Award Off West End de Londres, como mejor producción de 2017. Esta obra, que aborda el difícil tema del parricidio, se estrenó el sábado pasado en el Teatro de la Universidad del Pacífico, bajo la dirección de Gisela Cárdenas (Lima, 1969).
Tebas Land cuenta la historia de un dramaturgo (interpretado por José Manuel Lázaro) que está escribiendo una obra sobre el tema mencionado, pero su propuesta es bastante heterodoxa: llevar a un escenario a un verdadero parricida, para que cuente detalles de su experiencia personal. Para ello sostiene una serie de entrevistas con Martín Santos (el actor Emanuel Soriano), quien lo recibe en la cancha de básquet de la prisión en la que cumple la condena por su crimen. Paralelamente, vemos los ensayos de la obra que el dramaturgo está escribiendo, sus diálogos con Federico (personaje también interpretado por el eficiente Soriano), el actor que va a representar a Martín. Mientras en las conversaciones con Martín se van develando las razones y detalles del crimen real, en los diálogos con el actor más bien se interpolan esas vivencias con textos de obras clásicas, desde Edipo Rey hasta Los hermanos Karamazov y las teorías freudianas.
Así, Tebas Land se convierte también en una aproximación al proceso creativo dentro de la dramaturgia. Y no solo eso, se lleva a cabo todo un juego metateatral, en el que la realidad (las escenas con Martín) y la ficción (las escenas con Federico) comienzan a mezclarse. Así Martín llega a decir cosas que Federico ha propuesto en los ensayos, y en algunos pasajes no se sabe plenamente en qué “plano” se ubica lo que estamos viendo en escena. A pesar de que ese aspecto es uno de los más comentados y elogiados de la obra, resulta mucho más interesante la “interpretación” del parricidio que se nos brinda, que opone constantemente eros y tánatos; en este caso el amor y la empatía frente a los impulsos violentos y destructivos. En Martín estos dos opuestos están representados respectivamente por su padre y su madre. Y es obvio que la aproximación empática del dramaturgo lo ubica en el campo del “amor”.
La puesta en escena de Gisela Cárdenas retoma muchos elementos de la versión original: una jaula en medio del escenario, que es a la vez la cancha de básquet de la prisión y el espacio en el que se realizan los ensayos de la obra (Soriano representa personajes diferentes en uno y otro caso). La jaula además cuenta con varias cámaras de vigilancia, a las que se suma la que usa el autor durante los ensayos. Las “tomas” de todas estas cámaras se pueden ver en monitores ubicados encima de la jaula. Además hay otros “efectos especiales”, como proyecciones de videos y fotografías, que pretenden darle un mayor realismo y (por qué no) espectacularidad a la obra. Pero no lo consiguen del todo, porque las acciones pocas veces llegan a alcanzar la intensidad que el texto contiene. A ello contribuye la poco convincente actuación de Lázaro, en quien recae gran parte del peso dramático, ya que es quien conduce a los espectadores (incluso dirigiéndose expresamente a ellos) a través del laberinto metaficcional de Tebas Land.
Las funciones de Tebas Land son de jueves a lunes en el Teatro de la Universidad del Pacífico (Jesús María).
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