El pasado 21 de octubre, el abogado y escritor Gary Marroquín M...
Acaso uno de los mayores atentados que se han hecho contra el idioma, y la comunicación en general, es el intento de ciertos grupos “progresistas” de imponernos a todos su mal llamado “lenguaje inclusivo”. Es decir, obligarnos a desdoblar innecesariamente las palabras en plural (por ejemplo, decir siempre “los congresistas y las congresistas”, en lugar de simplemente “los congresistas”) y de “feminizar” palabras y términos que son de género masculino o neutro (como “presidente”). Peor aún, hay quienes quieren cambiar la letra “o” de la última sílaba de los plurales (“niños”, “alumnos”, “maestros”) por una “e”; y ya en el colmo, también hay propuestas de cambiar la “o” final de algunos sustantivos por una inexplicable “a”. Como en el famoso título del premiado (por el Estado peruano) proyecto de Mayra Couto: “Mi cuerpa…”
Vayamos desde el principio. Hay diversas definiciones de lenguaje, y todas están de acuerdo en que se trata de un “sistema de comunicación, estructurado y ordenado”, para el que existe un particular contexto histórico y social (la comunidad de usuarios del lenguaje) y ciertas reglas y principios combinatorios que permiten la generación de signos, ya sean sonoros o gráficos. Ya en estas ideas básicas encontramos refutaciones al supuesto lenguaje inclusivo. El “sistema” de la lengua española ha sido establecido por millones de hablantes a lo largo de mil años, y no puede ser cambiado arbitrariamente por un minúsculo grupo de personas. Ni siquiera la Real Academia de la Lengua Española (RAE) puede modificar a su antojo el idioma; simplemente se limita a “registrar” los cambios que se producen naturalmente, y a proscribir aquellos que atentan contra el sistema o la estructura del propio idioma. De ahí que sea la propia RAE la mayor opositora al lenguaje inclusivo.
El famoso desdoblamiento lo que pretende es romper una de las más antiguas normas gramaticales del idioma español: que los plurales (cuando abarcan a ambos géneros) se forman en género masculino. Ojo, no hay que confundir género con sexo: el género es, segun la definición de la RAE, una “categoría gramatical inherente en sustantivos y pronombres, codificada a través de la concordancia en otras clases de palabras”. Solemos pensar ingenuamente que los géneros gramaticales masculino y femenino corresponden inequívocamente a los sexos masculino y femenino;, pero no es así. La mejor prueba es que le atribuimos género incluso a las palabras que designan objetos: “camisa” es de género femenino y “pantalón” de género masculino, aunque estos objetos no tengan “sexo”. Y por eso también un mismo objeto puede ser designado tanto con palabras de género masculino como femino. Una bota es también un zapato. En el primer caso le atribuyo una palabra de género femenino; en el segundo, una palabra de género masculino.
Incluso las palabras pueden tener un género “neutro”, como en el caso de los participios activos (presidente, sufriente, etc) o de algunos adjetivos (triste, verde, etc.). Pero los impulsores del lenguaje inclusivo nos quieren obligar a decir “trista”, “verda”, “sufrienta” y “presidenta”. Una prueba de la flexibilidad de la RAE es que ya ha aceptado algunas de estas “feminizaciones forzadas”, como es el caso de “presidenta”. Pero de ninguna manera podrá aceptar la formación de plurales con la vocal “e” (“les alumnes”), o cambiar el género de algunas palabras cuando hacen referecia a algo relacionado con las mujeres (nuevamente, se confunde el género de la palabra con el sexo de la persona), como en el tristemente famoso “Mi cuerpa...”.
¿Por qué los grupos de izquierda nos quieren imponer el uso del mal llamado “lenguaje inclusivo”? Porque es parte de su propuesta ideológica, de hacer sentir a las mujeres que sufren una opresión a manos de los hombres. No vamos a negar que todavía existen desigualdades e injusticias para las mujeres con respecto a los hombres; pero eso no significa que los hombres opriman a las mujeres. Ese tipo de enfrentamientos (mujeres contra hombres, pobres contra ricos, público contra privado), que solo generan odios y violencia, son usados frecuentemente por el marxismo para aguzar las contradicciones y generar grandes crisis, en las que los únicos beneficiados son ellos. Es el totalitarismo tratando de controlar hasta nuestra manera de hablar. Hablemos como corresponde, y no nos dejemos imponer ideologías tan peligrosas.
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