Guillermo Vidalón

¿Se presume culpable?

¿Se presume culpable?
Guillermo Vidalón
24 de diciembre del 2014

La cultura de sospecha sobre la empresa privada que promueven ciertos sectores           

Un rey ordenó construir su castillo en lo alto de una colina y con una gran torre desde la cual pudiera divisar la inmensidad de su reino. Cada mañana se paraba frente a la ventana de la torre y desde allí veía cómo los comerciantes traían cada vez más productos y mejoraban sus equipos y su vestimenta.

Observó que el aguatero del castillo ya no jalaba la carreta con toneles, ahora lo hacían dos caballos de tiro. Los visitantes comentaban que el rey y sus súbditos estaban progresando gracias a su esfuerzo y dedicación y, por sobre todo, cada quien reconocía la sabiduría de la sentencia bíblica: “Dad pues al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20:25).  Lo que es del César son los tributos, pero no a título personal del gobernante, sino de la institución que él representa. Los tributos son dineros que deben ser administrados por el César en beneficio del pueblo. Por otro lado, ¿cómo es que el pueblo logra su dinero?, por medio del trabajo, lo cual lo dignifica y, por tanto, todo aquello que es fruto de su esfuerzo le corresponde.

El bienestar que iban alcanzando el aguatero, los comerciantes, el sastre, el panadero y otros fue objeto de envidia de quienes con el menor esfuerzo querían quedarse con los frutos producidos por aquelllos. Los envidiosos le dijeron al Rey: “Majestad, ha visto cómo visten ahora el aguatero y los comerciantes. De seguro le están robando al reino, ¿por qué no le incrementa los impuestos?” El Rey contestó “no puedo subir los impuestos, debo convocar a los representantes del pueblo.”. “Majestad, lo que podemos hacer es establecer una nueva reglamentación y una mayor escala de multas”.  El Rey replicó, “para que a alguien se le imponga una multa debe haber cometido una falta”. Otro consejero le susurró al oído. “Majestad, no se preocupe, usted solo apruebe la nueva escala de multas y tarifas que deberán pagar sus súbditos”. (Parecido a lo que viene ocurriendo con la OEFA, SUNAFIL, OSINERMIN. El lector es libre de interpretar).

Llegó el período de sequía, el río traía menos agua.  El Rey seguía observando desde la torre y sus oidores le decían: “el único que saca agua del río es el aguatero. Él es el responsable. Que saque menos agua o que pague más por extraerla”. Con las multas y la nueva tarifa el aguatero ya no podía comprar más toneles y los pocos que tenía se fueron deteriorando. Pronto, en el castillo empezaron a escucharse reclamos porque cada vez había menos agua.

Los oidores del Rey decidieron castigar al aguatero: le quitaron su carreta y sus toneles, que luego fueron usados como leña.  Los depósitos de agua del castillo se fueron secando paulatinamente y la restricción de agua llegó hasta la torre del Rey. Ante el ensordecedor reclamo del pueblo el rey bajó a conversar con la gente. Preguntó: “¿por qué no tenemos agua?”. Un anciano que había visto cómo muchos gobernantes cometieron errores a causa de la envidia de sus oidores, le respondió: “El aguatero no es responsable de la falta de agua, la sequía es un fenómeno que se presenta cada cierto tiempo. Debo haber visto ocho a lo largo de mi vida. Los comerciantes tampoco son culpables de que les vaya bien, todo lo contrario, es ético que por su trabajo les vaya bien. Algunos pueden haber cometido abusos, pero no podemos presumir que todos hayan cometido una acción dolosa (intencional) o culposa (negligente).”.

En la actualidad, la figura del anciano está representada por nuestros técnicos, quienes más allá de su edad cronológica se basan en la experiencia acumulada y en el registro de datos que nos permite proyectar qué es lo que puede ocurrir en el futuro si cometemos tal o cual acción. Crear impuestos encubiertos es una exacción injusta, una apropiación indebida que ocasiona perjuicio en quien confió en el “reino” denominado Perú.

Los ciudadanos tenemos que estar alertas a conductas que fomentan la desconfianza de unos respecto de otros. Cuando surgen propuestas que presumen la culpabilidad corporativa -como ocurre hoy en día- hay que reafirmar un principio universal del Derecho: “la presunción de Inocencia mientras no se pruebe lo contrario”. Algunas instituciones, públicas o privadas, ven en el mundo corporativo al sujeto del cual se debe desconfiar, por eso se teoriza sobre cuáles deben ser sus “otras responsabilidades”, bajo el supuesto prejuicioso de que no las cumple o estaría evadiendo alguna de ellas.

Recientemente se ha planteado un debate sobre si las empresas respetarían o no los Derechos Humanos al interior de las organizaciones. ¿Acaso las empresas no se crean en cumplimiento a las normas establecidas por el Estado?, ¿acaso dicho marco normativo no responde al Contrato Social vigente?, ¿acaso dicho Contrato no reconoce la Declaración Universal de los Derechos Humanos?; por consiguiente, toda institución -pública o privada- está obligada a su cumplimiento y toda persona que sienta vulnerados sus derechos puede recurrir a los organismos correspondientes y accionar en defensa de los mismos. ¿Por qué presumir que los Derechos Humanos vienen siendo vulnerados en el ámbito corporativo? ¿Por qué el aguatero de nuestro reino tendría que sufragar el costo de obtener un Certificado de buena conducta que le garantice su derecho a la Presunción de Inocencia?

El Rey debe recordar que está obligado a fomentar el bienestar de su pueblo y esto sólo se puede alcanzar en condiciones de libertad.

Por: Guillermo Vidalón del Pino

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24 de diciembre del 2014

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