Carlos Adrianzén

¿Salvados por error ajeno?

La migración venezolana rejuvenecerá a nuestra población

¿Salvados por error ajeno?
Carlos Adrianzén
02 de octubre del 2018

 

Dado el severo declive económico venezolano y la coladera de nuestra institucionalidad, la migración venezolana al país resulta hoy de escala indeterminada. Las cifras de inmigrantes llaneros ya podrían bordear al 2% o 3% de nuestra población. De consolidarse esta tendencia, en los años venideros muchas cambiarán significativamente en nuestro país.

Ponderar no demagógicamente este fenómeno nos debe llevar a reflexionar sobre tres puntos interconectados.

El primero es la tragedia venezolana per se y la desgracia humanitaria asociada, generadas por la aplicación prolongada de ideas económicas del mercantilismo socialista latinoamericano. Una ideología sobre la cual tres dictaduras (el desastre chavista venezolano, el fétido velascato peruano y el ya vetusto régimen castrista) dibujaron sus máximos exponentes. El segundo, enfoca nuestras tendencias demográficas, sin y con migración venezolana. Finalmente merece también ponderarse el impacto económico de la migración venezolana al Perú.

Hablar del mercantilismo socialista latinoamericano implica referirnos a regímenes en los que la alianza entre empresarios poco competitivos, caudillos y burócratas envueltos por retórica contestataria e ideas demagógicas, prostituyen instituciones; ergo, mercados y derechos de propiedad privada. Un régimen mercantilista socialista, además de redistribuir, inflar lo estatal, subsidiar demagógicamente y tratar de controlar los precios, requiere desmontar instituciones capitalistas. Esto último conlleva a incentivos generadores de cuadros de corrupción burocrática rampante. La lista de billonarios sudamericanos está ligada a la extrema corrupción que nos caracteriza.

Resulta muy difícil que las naciones que se logran deshacer de estos regímenes —a diferencia de Venezuela y Cuba— puedan revertir el daño institucional. Por ejemplo, los escándalos impunes de corrupción que sellan al Perú de estos días comprueban que cambiar de rumbo implica mucho más que ciertas reformas de mercado. Requiere cambios sustanciales y muy costosos hacia una institucionalidad capitalista implacable.

Pero volvamos a la Venezuela chavista. Los cuatro millones de venezolanos que en los últimos años habrían escapado de la dictadura cubana en Caracas vieron reducir sus ingresos por persona a la mitad solo en la última década. En términos de regreso al subdesarrollo, merece destacarse como el Producto Bruto Interno venezolano, calculado como ratio del índice similar del norteamericano, se ha comprimido desde niveles superiores al 60% a inicios de los setenta hacía apenas un 10% en la actualidad. Un retroceso económico tremendo, comparable con los registrados en episodios bélicos prolongados. A nadie pues —ponderando la extracción de recursos para solventar a Cuba y a las onerosas deudas asumidas con China y Rusia— le debe sorprender la extrema crisis humanitaria venezolana. El otro lado de tal derrumbe se refleja en la desesperada migración de millones de personas.

La lección aquí no es tan obvia, pues no solo implica la miseria económica que traen estas ideas cuando maduran sus errores de gobierno. Lo más peligroso implica lo popular que resultan estas ideas como plataformas demagógicas. Recordemos no solo los oscuros financiamientos a las campañas electorales peruanas, provenientes de Caracas u otras naciones intermediarias, sino también las poses mercantilistas socialistas de connotados personajes locales de izquierda radical y de centro izquierda suavizada.

El segundo punto es paralelo. Nos remite al acelerado envejecimiento de una población como la peruana, mayoritariamente poco educada. Según el INEI, ya hace un par de años, los peruanos mayores de 65 años alcanzaban el 9% de la población en edad de trabajar. Es solo una cuestión de pocos años más para que este segmento demográfico alcance el límite del 10% de la población total y ya configuremos una sociedad envejecida. Un problema que nos ha llegado mucho más rápidamente que a Europa, y que se complica por el derrumbe acelerado de nuestros ratios de natalidad y fecundidad.

Aunque no sea un tema muy discutido, cuando hablamos del Perú actual nos referimos a una sociedad explosiva: con bajo empleo adecuado, sin ahorros previsionales masivos y con muy bajas productividades promedio. Imaginémonos lo que implicará en pocos años vivir en un país con aún menos contribuyentes, ahorristas, empleados y más informalidad, pobreza y desempleo. Pero, justo cuando deberíamos habernos deprimido con esos fundamentos demográficos llegan al Perú varios cientos de miles de familias jóvenes de un país hermano, huyendo de un megadesastre humanitario.

Hoy el 54% de la población limeña declara temer a la migración venezolana, aunque económica y demográficamente esta configure una boya de salvataje. Una ayuda por error, pero una ayuda. Tal vez la migración venezolana nos dé el aire demográfico que estamos a punto de necesitar desesperadamente. Y ojalá lo aprovechemos. Para ello recordemos que acogerlos no basta. Hay que aplicar ya reformas de mercado, acciones diametralmente opuestas a la que introduce el talante de nuestro presidente por accidente. Urge crear condiciones capaces de duplicar sostenidamente nuestra tasa de inversión privada. En ausencia de ello, viviremos en tiempos “muy interesantes”, como reza una vieja maldición china.

 

Carlos Adrianzén
02 de octubre del 2018

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