Jorge Valenzuela

Saber matar, saber morir

Saber matar, saber morir
Jorge Valenzuela
01 de abril del 2015

Sobre la última novela de Augusto Higa.     

Saber matar, saber morir es el título del thriller que Augusto Higa ha escrito teniendo como fondo la violencia política que azotó al Perú durante los años ochenta. Lo interesante de la propuesta es que, en la historia que cuenta, logran convivir Sendero Luminoso, la policía nacional, el sistema de inteligencia y el segmento más marginal de Lima: los pandilleros de La Victoria. 

La novela se propone como un thriller porque responde a sus dos elementos esenciales: el misterio y la acción trepidante. Si a esto sumamos el suspenso y la permanente sensación de vivir la amenaza de la muerte en un clima generalizado de violencia, tenemos todos los elementos necesarios para clasificarla como tal. 

A diferencia de buena parte de la narrativa actual, la novela de Higa apuesta por un fuerte localismo que nos remite a uno de los espacios más empobrecidos de nuestra capital, la zona de la avenida Parinacochas, La Parada, Cangallo, Lucanas y La Mar, espacios, por lo demás, recurrentes en la obra del autor y que, a lo largo de los años, han construido el perfil de una narrativa vinculada a la representación de lo popular sin caer en el miserabilismo infrahumano que intoxicó a cierto sector de nuestra cuentística ochentera convirtiéndola en una mala copia de la narrativa neorrealista de los cincuenta. 

El universo que explora Higa en Saber matar, saber morir es marginal, no podría serlo de otra manera si nos atenemos a la poética del autor, pero en esta oportunidad esta marginalidad es enriquecida con la invisible presencia de Sendero Luminoso a través de un personaje, Zamudio, cuyo pasado vinculado con la pobreza se constituye en el caldo de cultivo necesario para generar en él una creciente preocupación social y un odio de clase que lo llevará, primero, a sindicalizarse desde su condición de docente, y luego, a ser parte de la organización terromaoísta. 

La novela, organizada en diez capítulos, logra trazar el perfil de un conjunto de personajes que hilvanan sus destinos al de Zamudio en el propósito de otorgarle cierto sentido a sus vidas cuya pauperización los ha conducido por los caminos del alcoholismo, el juego y el crimen. En ese mundo no están ausentes personajes como Marmelodov, un delirante atado a las sagradas escrituras que se presenta como profeta y adivinador, y un idiota y loco como el mudo Rodas, atrapado en la cárcel de sus extenuados pensamientos y sentimientos. 

La trama es intensa y compleja: se suceden de manera vertiginosa una serie de asesinatos que van acabando con los pandilleros al servicio de Zamudio, aquellos formados por él con el propósito de colaborar con Sendero Luminoso chantajeando a los empresarios textiles de Gamarrra representados por Luján Diáz, hombre con cierto poder que, a su vez, pide la ayuda de inteligencia de Estado para detener las tropelías de los delincuentes. Ese nudo de alianzas y relaciones es el que se encuentra en la base del relato. 

De otro lado, la novela apuesta por dejar la autoría de los asesinatos en el misterio aunque se puedan postular varias hipótesis: la primera y más plausible se articula a la existencia de un escuadrón de la muerte organizado desde las entrañas del Estado al servicio de los adinerados textiles de Gamarra cuyo objetivo sería acabar con el chantaje; la segunda, apunta al propio Sendero que habría tomado represalias contra los propios pandilleros por no tener conciencia social y no identificarse con la Revolución maoísta renunciando a entregar la parte del dinero correspondiente producto de las extorsiones. De hecho, queda claro que es el propio Sendero quien delata a los pandilleros ante la policía. 

¿Cómo se cierra la novela? Al final tenemos a un Zamudio entre dos fuegos. De un lado, repudiado por Sendero por traidor a la revolución y por no haber sabido conducir a ese proletariado lumpen que terminó liquidado por la bala homicida, y de otro, perseguido por inteligencia del Estado y la policía que lo acusan de senderista. Convertido a la religión del miedo y refugiado en un cuartucho en Mirones, a Zamudio solo le queda esperar, como las ratas acosadas, que la muerte le llegue por cualquier lado. Febril, escrita con un ritmo narrativo que se sustenta en descripciones rápidas no exentas de belleza y violencia Saber matar, saber morir, resume buena parte de las características de la narrativa de Higa que, con esta novela, enriquece, desde la ciudad, el complejo y problemático campo de la novela de la violencia política de los años ochenta en el Perú.   

Por Jorge Valenzuela
01 - Abr - 2015  

Jorge Valenzuela
01 de abril del 2015

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