Javier Valle Riestra
No a los jueces sin rostro
La experiencia de tribunales anónimos ya la hemos vivido y superado
I
La justicia en el Perú es peligrosa; los jueces son prevaricadores natos. Esta frase parece limitarse a los casos existentes antes de la aparición de Sendero Luminoso, en que pasaron a hacer “justicia” parcial, totalitaria, antidemocrática, persiguiendo a inocentes so pretexto de combatir al terrorismo –organización fundada por el nefasto Abimael Guzmán— que introdujo asesinatos masivos y por la espalda, profanando el nombre de Mariátegui. Si, pero exigía que fuerzas realmente democráticas o seudodemocráticas enfrentaran a ese fenómeno y para contrarrestarlo se inventó el postulado de los “jueces sin rostro”; es decir, una judicatura clandestina, anónima e ignara que no tenía escrúpulos para mandar a la cárcel a culpables e inocentes. Hoy día, el país reacciona contra las extorsiones de los delincuentes y criminales con una propuesta similar que sirvió contra el terrorismo de SL y el MRTA. Todo eso destruyó la arquitectura y los cimientos de un Estado que debe ser democrático y defensor de los Derechos Humanos; pero tenemos un Poder Judicial timorato y canallesco que no distingue culpables de inocentes y a todos los envía a las ergástulas siniestras. Sin jueces rectos y con “abogados defensores” que más parecen del Ku-Klux-Klan, encapuchados y ocultos ¿Cómo resolver este tema? Hay que restaurar la democracia plena, con empleo y libertades. El Poder Judicial de hoy es la misma maquinaria de ayer, al servicio de la canallada totalitaria. Por eso escribo esto, tratando de advertir la vulneración a los derechos de los perseguidos injustamente. El Perú tiene que ir a una democracia plena, libre del Ku-Klux-Klan criollo que lo frustra con su maldad y sus asesinatos. Veamos cómo nos deshacemos de esa gentuza diabólica y criminal; recién, entonces, hablaremos del Perú como una nación con Derechos Humanos y sin delincuentes hipócritas cuyo destino es el panóptico de la historia, revivido hoy. Aquí no solo pretenden encapuchar a magistrados incógnitos, sino también a los rábulas simpatizantes de esa causa hedionda, cobarde y diabólica.
II
El aforismo “la justicia es ciega” proviene de ser justo o equitativo; justicia es un principio moral que lleva a determinar que debemos vivir honestamente. Pero en estos días un parlamentario –obviamente desconocido por la ciudadanía— ha planteado modificar el Código Penal y restituir los tribunales sin rostro para que los fiscales y jueces no revelen su identidad cuando acusen y juzguen a organizaciones criminales de alta peligrosidad. Evidentemente se trata de una propuesta inviable en un Estado democrático y social de Derecho. Ese sistema, en un mundo globalizado, nos alejaría más de la posibilidad de acceder a la OCDE (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que promueve políticas que favorezcan la prosperidad, la igualdad, las oportunidades y el bienestar para todos los países que la integran. Revivir los tribunales sin rostro significaría el incumplimiento de los convenios internacionales y los Tratados sobre Derechos Humanos, como el Pacto de San José respecto de las garantías judiciales (previstas en su artículo 8) que comporta el derecho a ser oído con las debidas garantías en un plazo razonable y juzgado por un juez o tribunal competente, preexistente, independiente e imparcial.
III
La experiencia de tribunales anónimos la hemos vivido y superado. En el Perú se instauró entre 1992 y 1997 con la legislación llamada antiterrorista, pero que fue proscrita por sentencias de la CIDH y eliminada por el Tribunal Constitucional. Dos ejemplos dan cuenta de esas violaciones: el caso Castillo Petruzzi Vs Perú (1999) y el caso “J” Vs Perú (2013), en donde la Corte IDH dijo: “la circunstancia de que los jueces intervinientes en procesos por delitos de traición a la patria sean sin rostro, determina la imposibilidad de conocer la identidad del juzgador y, por ende, valorar su competencia”. Los juicios ante jueces “sin rostro” o de identidad reservada infringen el artículo 8.1 de la Convención Americana, pues impide a los procesados conocer la identidad de los juzgadores y la intervención del fiscal sin rostro en el proceso penal contra la señora “J”, también, constituyó una violación de la Convención. Revisando un informe de Amnistía Internacional (1996), ya se advertía que en el Perú no se respetaban las recomendaciones del Comité de Derechos de la ONU sobre procedimientos judiciales de juicio justo, sino que, por el contrario, se había prorrogado la existencia del sistema de jueces sin rostro. El relator del Comité de DDHH de la ONU, hizo una visita, entonces, y dijo: “la continuación de estos tribunales, sin rostro, constituyen una mofa y deben ser abolidos a la mayor brevedad”.
No volvamos al pasado, pensemos en el futuro. El Perú volvería a ser condenado y obligado a celebrar nuevos juicios a las bandas criminales.
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