Jorge Nieto Montesinos
Miedo al miedo
Acerca del desprecio a la percepción ciudadana de inseguridad.
No parece que la sociedad peruana haya caído en eso que el politólogo norteamericano Richard Hofstadter llamó el estilo paranoico de la política estadounidense. No parece haber, para decirlo en el lenguaje casero de un acomedido funcionario, un estilo histérico de la política peruana. No veo al miedo apropiándose del debate público o de la cotidianeidad de la gente. No como en los años del terror, cuando la sociedad peruana cambió libertad por seguridad. No veo en el Perú, como en la serie televisiva norteamericana Homeland, al miedo coaligando patriotismo y paranoia en la obsesión de la atractiva espía Carrie Mathison. No me lo parece. Aún.
Hay que decirlo porque empleados de gobierno en distintos niveles libran todos los días unas guerrillas de desprecio contra la percepción de la gente que coloca a la inseguridad ciudadana en el lugar central de su preocupación. Como si ello fuera resultado de una distorsión psíquica de la realidad. O de una conjura. O de una opinión pública demasiado impresionable. O demasiado ingrata. ¿No sería mejor tratar de entender?
Claro, no es fácil. La securitización del mundo es un fenómeno agravado por los atentados del 11 de septiembre en New York, pero ya venía desde antes. A fines del siglo XX diversas crisis –moral, del orden, del empleo, de ideologías- se concentraron en el temor al delito y en la exigencia de políticas de mano dura. Esa sensación de inseguridad no parecía asociarse necesariamente al incremento de los hechos delincuenciales. A veces sí, pero otras adoptó la forma de un pánico moral, como aquellos de la edad media europea. No es esto último lo que esta pasando en el Perú.
Tenemos pocas cifras realmente confiables como para decir nada muy concluyente sobre el tema. Pero las pocas que tenemos algo nos dicen. Por ejemplo, las que dio el INEI en el 2013 sobre victimización son significativas: una tasa de 39.5%, parecida a la del Latinobarómetro de dos años antes: 40%. Un incremento del 66% en el número de delitos por cada 100,000 habitantes entre el 2007 y el 2012, según Ciudad Nuestra con cifras de la Policía Nacional. Y un incremento del 4% en uno de ellos, el robo con arma de fuego, solo en un año, del 2011 al 2012.
Parece haber un cambio en la calidad de la actividad delictiva en el Perú por el surgimiento de formas antes inexistentes: 900 asesinatos por sicariato en el último quinquenio. Extorsiones por alrededor de 50 millones de soles mensuales. Súmese la recuperación del lugar número 1 en el mundo como exportadores de cocaína; los volúmenes de la minería ilegal; las mafias de gatillo fácil en la construcción civil; y diversas formas de semiesclavitud en nuestro territorio. Puede seguirse: la violencia familiar en sus tres indicadores ha seguido creciendo; las violaciones sexuales en el 2012 llegaron a su nivel más alto en casi dos décadas.
Hay, por supuesto, datos a favor. Fortalezas. Y aunque habría que hacer distingos regionales, el problema es aún manejable. Pero en vez de replegarse a la defensiva en el desdén de dioses impostados, ¿no sería mejor tomarse en serio y con respeto las percepciones de la gente? Esta vez traen un realismo que se extraña en el discurso oficial, tan satisfecho en sus propios parámetros.
Por Jorge Nieto Montesinos
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