Más allá del PBI en el dominio global

China y Estados Unidos compiten por la hegemonía, una historia que se remonta al fin de la Guerra Fría cuando Norteamérica y sus aliados europeos controlaron el escenario mundial tras la caída de la Unión Soviética. La supremacía estadounidense fue incuestionable, pero el ascenso de China impulsado por las reformas económicas de Deng Xiaoping transformaron el equilibrio. En tres décadas, la economía china pasó del 2% del PIB mundial a 17%, pero Estados Unidos aún lidera con 26%.

Analistas recurren al Producto Bruto Interno (PBI) por Paridad de Poder Adquisitivo (PPA) para medir la influencia económica ajustando niveles de precios y capacidad adquisitiva local. China encabeza la lista con una economía 19% superior a Estados Unidos; pero esta métrica distorsiona la capacidad financiera global. En PBI per cápita, la diferencia es abrumadora: en China, el ciudadano promedio representa US$ 13,000 dólares anuales, frente a los estadounidenses con US$ 87,000. Incluso ajustado por PPA, los ingresos en China alcanzan los US$ 25,000, por debajo de US$ 76,000.

Un indicador clave es el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que evalúa una combinación de ingresos, educación y esperanza de vida. Aquí, Estados Unidos supera nuevamente a China con una puntuación de 0.92 frente a 0.77, escala donde 1.00 es el máximo puntaje. Pero al medir la desigualdad, el Índice de Gini evidencia altas concentraciones de riqueza en las élites de ambas naciones: Estados Unidos obtiene un preocupante 0.41, mientras China registra 0.39 con grandes brechas entre la vida en las ciudades y la pobreza rural.

Estudios sobre los factores que favorecen la supremacía en las relaciones internacionales consideran determinantes el tamaño de la población, poder económico y capacidad militar. En términos demográficos, China e India lideran los rankings con más de 1,440 millones de habitantes, seguidas por Estados Unidos con casi 340 millones. China y Norteamérica tienen territorios similares, casi 10 millones de kilómetros cuadrados. En el ámbito militar, Estados Unidos mantiene la primera posición, seguido por Rusia con su arsenal nuclear, y China en tercer lugar. Esta capacidad bélica permite a Rusia presionar a Estados Unidos en el escenario de la guerra con Ucrania, aunque su economía represente apenas el 2% del PIB mundial.

Pero el comercio internacional consolida a China como la "fábrica del mundo", con 15% de las exportaciones globales y un superávit comercial del 50%. Estados Unidos, en contraste, representa menos del 9%, enfrentando déficits superiores al 40%. Este desbalance explica la guerra comercial y las políticas proteccionistas de Donald Trump imponiendo medidas arancelarias contra China y el mundo. Las ventajas en la balanza comercial ofrecen a China capacidad de ahorro, expandiendo su influencia con inversiones en iniciativas como la Franja y la Ruta o el Collar de Perlas con puertos en todo el mundo.

Sin embargo, China enfrenta un acelerado envejecimiento poblacional, disminución en las tasas de natalidad que erosionan su crecimiento. Aunque Estados Unidos sufre problemas similares, su tradición migratoria le permite renovar la fuerza laboral. China apuesta por la automatización y la robótica para compensar el declive demográfico, pero enfrenta un obstáculo insalvable: los robots no pagan impuestos ni contribuyen con los sistemas de seguridad social.

En esta competencia, las brechas entre desarrollo económico y bienestar humano son evidentes. La grandeza de una nación debería medir, además de salud económica, cultura y calidad de vida. Países escandinavos como Noruega, presentan altos índices de desarrollo humano, mayor PBI per cápita, menores brechas económicas, homogéneos niveles de vida entre sus pobladores, respeto por las libertades individuales y altas puntuaciones en el índice de Paz Global.