Arturo Valverde

Los pugilistas de la Plaza San Martín

Los pugilistas de la Plaza San Martín
Arturo Valverde
12 de agosto del 2016

En el ring del debate político callejero

Tengo un viejo amigo que cuando está bajo estrés se prepara un “Cuba libre” con una botella de ron Cartavio más Coca Cola helada, y sale embalado a pegarle a los comunistas que debaten en la Plaza San Martín, como un ejercicio para distenderse por las noches. 

Recuerdo que una mañana lo encontré sentado en una silla de mimbre con una taza de café y un cigarro en la mano, mientras veía el noticiero matutino en una sala colmada de libros, que llenaban las paredes de su departamento en el penúltimo piso de un edificio de doce pisos, sin servicio de luz ni agua propios. Le habían roto las gafas.

“¿Qué te pasó?”, le pregunté impactado. “Ayer me sentí tenso y fui a pegarle a los comunistas. Pero ya estoy más relajado”, me respondió. Aquella noche, este viejo pugilista del debate político se había encontrado con un grupo de comunistas debatiendo sobre la idea de Dios al pie del monumento al libertador Don José de San Martín. El viejo sacó el primer golpe: “¡Tontos, hablen de cosas que sí entiendan!” Fue un knock out directo al cerebro.

También había momentos para el diálogo, como las veces en que desfilaba por su tienda de libros antiguos, en el centro de Lima, el ex diputado Genaro Ledesma, quien buscaba algo para leer; así como uno que otro economista o futbolista de izquierda que, por ironías de la vida, se llamaba igual que él. 

Unas semanas atrás un par de amateurs que pretendían entrar en el ring del debate terminaron en la comisaría, luego que fueran salvados por la Policía Nacional de morir a patadas por quince comunistas que los tenían contra el piso. La política no es para amateurs, fue su lección.

Por caprichos del destino siempre estuve de viaje o metido en un nuevo libro cuando este viejo amigo y otros más jóvenes se agarraban a golpes. Como la ocasión de la épica batalla en el Queirolo, con la que perdió el derecho de volver al mítico bar por algunos años. Hace poco, celebramos su reingreso a la cantina con un buen sancochado hirviente que solo se puede comer allí. Sin embargo, me atrevo a sugerir a todos los bares y bartenders que incluyan en su lista de tragos a “Venezuela libre”, junto al “Cuba libre”, con harto ron.

Esa tarde me dijo que se retiraba del ring, aunque quizás solo era un amague a mi curiosidad. Le conté que algunos amigos izquierdistas de “la Bausate” me eliminaron del Facebook. Y pensar que siempre creí que nuestra amistad estaba por encima de la política. Es difícil ser aprista. Pero yo espero que un día podamos hacer política sin temor a ser agredidos. Que un tipo pueda pararse al frente de una multitud con la certeza de que nadie le pegue un tiro o le dejen una granada bajo el estrado. La mejor forma de luchar contra la violencia es impulsando la lectura, porque es el camino para entendernos sin llegar a los golpes.

Desde aquí envío un afectuoso saludo a mis pocos amigos rojos de “la Bausate”. La última vez que los vi acabamos embriagados de nostalgia y comiendo juntos el locro con arroz revuelto de la olla del perro de la casa, después de asistir al velorio de Tito Jiménez Casafranca, periodista de La República a quien extraño mucho. Pero una aclaración: lo que pasa en Venezuela, sí es dictadura. ¡No jodan, pues!

 

Arturo Valverde

 

Arturo Valverde
12 de agosto del 2016

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