Carlos Adrianzén
Latinoamérika, la cándida
No somos tremendamente ricos, como imaginamos
Este artículo no se refiere a lo que usted imagina como Latinoamérica, económicamente hablando. Tampoco se refiere a la figura que muchos escritos y reportes —supuestamente técnicos— describen como una región rica y pujante. A esa región imaginariamente repleta de riquezas naturales, ese crisol de culturas aborígenes y occidentales, donde se cree —desde los aciagos días en que un activista uruguayo escribió un libro titulado Las venas abiertas de América Latina— que somos tremendamente ricos y que nuestros problemas, desde el Río Grande a La Patagonia, se resuelven redistribuyendo nuestras supuestas riquezas y combatiendo selectivamente la prostitución de nuestras instituciones (léase: la corrupción de nuestros burócratas). Me referiré a otra cosa.
Pero, como omitiré (convicto y confeso) el grueso de nuestra penosa historiografía económica, y básicamente usaré cifras validadas internacionalmente y referidas al largo plazo de la región, la llamaré Latinoamérika. Haré esto enfocando las cifras validadas de la región en la que vivimos —y en la que el Perú es una suerte de miembro ignoto y promedio— de acuerdo a la base de data publicada por el Banco Mundial, con el nombre de Indicadores de Desarrollo Mundial. En esta tarea afilaré el análisis sobre una perspectiva largoplacista (las décadas como unidad de tiempo) del ratio de nuestros productos por persona, comparados con los índices similares de una nación rica (los EE.UU,). En esta práctica repudiaré la autocomplacencia que nos caracteriza regionalmente (esa cómoda práctica de compararnos entre nosotros, naciones perdedoras económicamente hablando) y les recordaré que no existe diferencia entre alto crecimiento económico mantenido por décadas y desarrollo económico.
Si nuestros productos por habitante hubieran crecido significativamente, o se hubieran acercado establemente a los de naciones desarrolladas (tal como se observa en naciones del sudeste asiático y Oceanía), no seríamos reconocidos globalmente —y con toda justicia— como la región del planeta donde no se ha desarrollado nadie… nunca.
De hecho, la primera observación de este ejercicio enfocado a analizar la evolución de la región en el periodo 1970-2017 implica no solamente que secularmente hablando Latinoamérika flota estancada sobre un producto por persona que oscila alrededor de algo menos de un quinto del producto por persona norteamericano (19.2%), sino que la región se opaca. Ciertas naciones con otrora presencia global —como Argentina, Brasil y, en medida menor, Venezuela— se subdesarrollaron significativamente a lo largo de estos 37 años. Brasil y Argentina, por ejemplo, contraen su cercanía al desarrollo norteamericano en casi nueve puntos porcentuales. Brasil y Argentina pasa de tener ratios de producto por persona sobre el similar norteamericano del 30% al 20%. De hecho, resulta sugestivo descubrir que no resultan hoy pocos los analistas regionales que omiten este severo retroceso.
El caso venezolano, supera toda pretensión. Este indicador se contrae desde el 50% del producto por persona de un gringo, a grosso modo, al 11% en estimados para el año pasado. Esto con la empatía política de un tercio de la opinión pública, haciendo gala de la aplicación de las ideas socialistas-mercantilistas sopladas desde La Habana.
Temporalmente hablando, estas cifras también quiebran otra arraigada creencia. Eso de que la década de los ochenta fue la década perdida, supuestamente la peor en el periodo post setentas. Sugestivamente las cifras no confirman esto. Si bien los años ochenta configuraron la desgracia heredada del mercantilismo socialista de los setentas, los noventas grafican los severos ajustes macroeconómicos requeridos en naciones como Argentina, Brasil, Uruguay, Venezuela o Perú. Así las cosas, el producto por persona de la región se contrae en 6% del PBI norteamericano. Estos ajustes, sin embargo, hicieron que en la década subsecuente se profundizase tanto como se registró en la Venezuela chavista de la década subsecuente.
Sí, nuestra región es un referente global difícil de emular… pero de fracaso económico. Pero esta no es la única observación que nos deja el ejercicio. El grueso de los países de la región apenas de desenvuelven sobre ganancias de desarrollo exiguas (hacia arriba y abajo del cero). Finalmente, esa suerte de campeón económico regional de estos 37 años que es Chile, es solo una de las economías más pequeñas de la región, que gana en el periodo apenas diez puntos del producto por persona norteamericano. Las ganancias de crecimiento económico de los tiempos de los Chicago Boys —hoy repudiados por el electorado chileno— ya es cosa del pasado. En la última década ya dibuja estilos de manejo económico muy parecidos al del resto de la región.
Pero no se equivoquen, esta Latinoamérika tiene futuro. El futuro de sus ideas y acciones. Que este no se parezca al declive que acabamos de enfocar requiere de liderazgos capaces de introducir espinosamente instituciones pulcras, capitalistas y abiertas. En ausencia de ello, lo previsible será una extrapolación cándida de vaivenes similares a los del periodo enfocado. Con episodios fluctuantes, pero con promedio de ganancia nula.
Tal como acaba de suceder en las últimas décadas, si los argentinos, peruanos, chilenos o brasileños no lo interiorizamos, el desarrollo global se irá a otro lado del planeta otra vez.
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