Carlos Adrianzén

La clave

Los errados diagnósticos económicos del Gobierno

La clave
Carlos Adrianzén
09 de octubre del 2018

 

En el curso de Política Económica que dicto en la universidad en la que trabajo, trato de entrenar a los estudiantes en dos ideas muy poderosas: 1) el núcleo de cualquier medida económica exitosa implica un diagnóstico ajustado, 2) un diagnóstico ajustado tiene un prerrequisito adicional, la claridad.

Esta tarea usualmente implica reconocer que en nuestro país, como bien se dice, abundan los diagnósticos. Y ese es justamente el problema. Dado que solo uno de todas las decenas de diagnósticos planteados se aproxima ajustadamente el problema, el hacedor de política económica deberá calibrar cuidadosamente su diagnóstico. En los hechos, en cambio, estamos bañados en diagnósticos errados, explicados por creencias, sesgos ideológicos, intereses privados y por el más poderoso de todos los bloqueos que impiden a un médico económico resolver un problema con solución plausible: la moda.

El modelo teórico de moda o la práctica de moda, y hasta la herramienta estadística de moda —junto con la ignorancia de algunos profesional e improvisados o las presiones políticas de turno— dibujan el grueso de nuestros continuos errores de manejo económico. Y por qué no decirlo, también explican por qué somos hoy otra nación sudamericana subdesarrollada y sin mayores aspiraciones a dejar de serlo con algún fundamento (al menos interno).

Como cada uno de nosotros aprendió, cuando analizamos el trabajo de los médicos que nos trataron, un diagnóstico ajustado es una gran cosa. O nos cura o —cuando menos— nos permite despedirnos ordenadamente. En cambio, un diagnóstico errado usualmente nos daña o algo peor. En materia de política económica, tengámoslo bien claro, todos los casos de naciones subdesarrolladas o en proceso de subdesarrollo (que abundan) reflejan esto. Diagnósticos desajustados y, como consecuencia, políticas económicas con menos aciertos que desaciertos, y aplicadas recurrentemente.

Pero regresemos al Perú de hoy. Y por Perú de hoy me referiré a las ideas económicas de los hacedores de política económica local en la última década, y particularmente a sus tácitos diagnósticos. Empecemos por frases de Perogrullo. El Perú es una economía pequeña y abierta (al comercio internacional). Esta frase resulta cada vez más débil. Sí somos una economía pequeña —somos el 0.0001 de la economía mundial— y pobre, porque tenemos en el periodo 2010-2017 apenas el 0.11 del producto por habitante norteamericano. Pero no somos lo que se llamaría una economía abierta. Nuestro coeficiente de apertura y el ratio de nuestro comercio de servicios se ubican ligeramente por debajo el accidentado promedio global.

El argumento tan recurrentemente implícito en el grueso de los diagnósticos económicos peruanos es una falsedad con apariencia de verdad. Los términos de intercambio y los niveles de comercio nos traen el pan, pero no somos una economía con un extenso comercio internacional, justamente por nuestra pobre predictibilidad institucional y baja competitividad. Y nótese: el camino hacia una mayor competitividad y calidad institucional capitalista implica mucha más apertura comercial.

Otro término que caracteriza a los diagnósticos recientes de la economía nacional es “economía dinámica”. Cualquier enfoque serio a este término compuesto nos debe referir a su tasa de inversión. Si miramos los promedios de Formación de Capital en el Perú en las últimas cinco décadas, comprobaremos que resultan bastante mediocres y con valores fluctuantes alrededor del 20%. Incluso con una tendencias lineales de contracción aún discreta. Una observación que nos deja la desafortunada certeza de que no estamos encaminados hacia mayores crecimientos. Si usamos alternativamente la tasa de inversión privada, la evidencia torturada nos lleva a lo mismo: un ratio de inversión privada nada halagador, sobre el 14% del PBI, desde hace dos décadas.

Las buenas noticias para nuestro país vienen de las arenas de la Inversión Extranjera Directa. Allí pasamos desde la posición de país de espanto, previo a 1990, con influjos netos cercanos a 0% de nuestro PBI, a un ritmo definidamente creciente por tres décadas (aunque con promedios fluctuantes entre 3% y 4%). Pero no cabe ser autocomplaciente. Ya no es cierto que somos esa dinámica economía sudamericana que fuimos hace pocos años.

Y esta contracción no se explica por los precios del exterior, que persisten favorables al país. Se explica por diagnósticos —gobernantes— poco diligentes y poco ambiciosos, que apostaron por afanes dizque redistributivos y estatistas; pero que solo elevaron en forma persistente y significativa los índices de corrupción burocrática o prostitución institucional, como usted desee denominarla.

 

Carlos Adrianzén
09 de octubre del 2018

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