Juan Claudio Lechin

Gays y el ciclo milenario

Gays y el ciclo milenario
Juan Claudio Lechin
02 de julio del 2014

Parte 2: ¿Por qué los países capitalistas legitiman la comunidad gay?

Sugerido el marco filosófico de esta reflexión en la anterior entrega, se sabe que nada nuevo puede introducirse en una sociedad, (por ej. el matrimonio gay), si no existen además de opiniones, impresiones e intuiciones, mecanismos concretos donde colocar el nuevo engranaje social y, sobre todo, hacerlo perdurar.

El sistema liberal, como cualquier otro sistema de la historia, tiene mecanismos basales sobre los que levanta todo su funcionamiento. Uno de los principales ejes del liberalismo (o capitalismo) es aquél que se aprende en el primer curso de economía: para que exista el libre mercado debe existir libre ingreso y salida de los agentes de producción y consumo. Es una condición fundamental para la eficiencia del sistema y para direccionar hacia su mejor expresión, llamada “El equilibrio general”. Para lograr esto es preciso erradicar las barreras que impiden el libre ingreso y salida de los agentes del mercado. Esta libre entrada al mercado capitalista no puede verse frenada por externalidades culturales como la raza, el género o por minusvalías corporales. El racismo, la fobia de género y considerar inútil al minusválido son externalidades culturales que impiden el flujo óptimo de los agentes de producción y del consumo.

Recordemos que el capitalismo es un sistema plebeyo, donde poco importa el apellido o la alcurnia o la condición personal. Lo que importa es que el astuto y tesonero movilizador de bienes y servicios no se vea obstaculizado en su dinamismo. Coloquemos un caso supuesto. Un zambo, maricón y tullido, es un campeón de la compra-venta, y una india, lesbiana y manca, fabrica bicicletas para el mercado chino. Ambos prometen ser futuras empresas transnacionales peruanas de existir un mercado libre que les permita su normal desarrollo. Pero, si culturalmente, el mercado, plagado de tradicionalismos viriles, actúa con externalidades culturales negativas y, por ende, los avergüenza, les impide la herencia a sus parejas, los margina de las organizaciones empresariales, entonces evidentemente estos prejuicios actúan como barreras del mercado, como externalidades, haciendo que estos actores económicos no surjan en su plena potencialidad; convirtiendo así en ineficiente a un sistema cuyo hábitat es erradicar las barreras y externalidades para no interferir en la libre actuación económica. Aquí, y no en el sentimentalismo humanista, está la razón que hace que los países-vanguardia del sistema capitalista permitan y promuevan la legitimación (legal y social) de la comunidad gay.

En cuanto a los países tercermundistas, sobre todo musulmanes y muchos latinoamericanos, se opera la ultra-afirmación de la virilidad debido a que presienten el fin de la hegemonía masculina y el ingreso en un ciclo femenino. Aparece como una reacción extrema de supervivencia cultural de un ciclo agotado.

Las monarquías y sus versiones decadentes como los paternalismos señoriales (el comunismo, el fascismo, yihadistas), son modelos eminentemente viriles. Para el ciclo masculino, que fue también monárquico, la guerra (y no la economía) es el tejedor del sistema. Cuando Marx habla de la “guerra como partera de la historia”, se refiere a la historia de la que tiene noticia. En las monarquías, la sociedad prepara al varón para ser hueste, héroe, combatiente, adalid; y lo hace con todos los recursos que tiene a mano: la publicidad, la propaganda, la moda, la religión, las convicciones, los cuentos, los mitos, las historias, la ley, la recompensa económica, la clase social y la coerción. Todo se moviliza en función de fortalecer la idea de la guerra. Aunque los espartanos y otros guerreros tenían novios en la barraca y el feroz Aquiles lloraba desconsolado y no comía por la muerte de su amado Patroclo, no existe, en todo ese período, el reconocimiento de este amor pues lo viril-guerrero transversalizaba el sistema y, por tanto, negaba de plano cualquier devaneo con el tema, aunque todavía griegos y romanos se dieran ciertas licencias. Con la llegada del único Dios, un varón perfecto que es capaz, por primera vez en la historia, de crear sin concurso de mujer, llega el arrinconamiento definitivo de lo femenino. Dios extermina a los gays de Sodoma y a las prostitutas de Gomorra, y priva a la mujer de su gran arma, la sensualidad, dejándole dos de sus condiciones de género que no ponen en peligro sino fortalecen la hegemonía masculina: madre y virgen. Sobre esta plantilla triunfal de lo masculino va avanzar la historia hasta hace poco.

Cuando joven recuerdo que en Caracas y en Lima había quienes tenían como hobby ir a pegar "maricones", a los que consideraban monstruos, enfermos o viciosos. Aparte de la sensibilización que ha habido en los últimos años por estos seres humanos, lo que actúa para su reconocimiento pleno es, como adelantamos, la presencia del creciente ciclo femenino pero también, para legitimarlo, vimos que los engranajes del libre mercado capitalista, libre de prejuicios de género, garantizan en el futuro la legitimación universal del matrimonio gay, con plenos derechos, tome años más o año menos.

Por Juan Claudio Lechín

Juan Claudio Lechin
02 de julio del 2014

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