Entre principios y conductas

En la base del escándalo de la corrupción se “encuentra” una importante relación entre valores, moral y ética en el accionar de los peruanos. Muchos nos preguntamos ¿cómo hemos llegado a esta situación y por qué tantos se han enfilado tras el camino de la podredumbre? La cómoda respuesta, o mejor la evasión, a un asunto de tanta trascendencia para el país discurre por el fácil camino de “ver la paja en ojo ajeno”, de contentarnos con la carcelería de algunos, dejando de lado una urgente acción: la aceptación colectiva e individual de nuestros errores —si los hubiere—, acompañada de la realización de una profunda y sincera autocrítica.

¿Acaso no es cierto, que quien responde por la ausencia o presencia de valores es la familia? En ella adquirimos, desde niños, actitudes como veracidad, honestidad, respeto, honradez, justicia y otros más, como resultado del ejemplo de nuestros padres y parientes cercanos. Es una cuestión aceptada por la propia iglesia. El Papa Juan Pablo II, afirmaba: “La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida.” Su pérdida o disminución, tiene responsables, y estos deben asumirlo con hidalguía.

Empero, junto a la familia, está el papel de la sociedad. Cuando mayores, al ser parte de un colectivo, asumimos responsabilidades públicas y estamos obligados a mantener un adecuado comportamiento frente a situaciones difíciles. Todo ello en el marco de principios, ideales y valores morales, para responder a la confianza que se ha depositado en nosotros.

Lo moral y lo ético han sido temas que acompañaron al hombre desde épocas remotas, y su primacía se evidenció en determinados momentos de crisis. Frente a ello, muchas personalidades científicas, políticas y religiosas se vieron en la necesidad de zanjar oportunamente con este flagelo. Allí está, por ejemplo, el físico Albert Einstein, quien decía: “Para que sea eficaz el comportamiento ético de los hombres debe basarse en la compasión, la educación y en motivos sociales. No necesita de ninguna base religiosa. Sería muy triste por parte de la humanidad si solo se refrenara por miedo al castigo y por esperanza de un premio después de la muerte”.

León Trotsky, político opositor a las ideas de Stalin, afirmaba: “La profundidad y fuerza de un carácter humano es definido por sus reservas morales. La gente se revela a sí misma completamente solo cuando es lanzada fuera de las condiciones de costumbre de sus vidas, pues solo entonces tienen que recurrir totalmente a sus reservas”. Por su parte, el Papa Francisco, al referirse a los falsos profeta,s señala: “Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad” (Mensaje por la Cuaresma, 2019).

Esta descomposición, no será superada con aplausos o la absurda búsqueda del “Llanero solitario”. La verdadera y efectiva lucha contra la corrupción cuestiona no solo a las instituciones, sino a la colectividad en general. Y exige cambios de comportamiento que, rebasando actitudes engañosas, construyan firmes principios y adecuadas conductas, dando real cabida a la ética y moral.