Guillermo De Vivanco
El verdadero enemigo
La amenaza globalista y la soberanía del Perú

Sin lugar a dudas, el globalismo se ha convertido en una amenaza totalitaria promovida por las élites burocráticas internacionales. Si el propósito de la creación de las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial fue mantener la paz mundial, hoy este organismo y sus diversas instituciones han sido tomadas por ideologías progresistas donde el individuo es apenas un medio subordinado. En este esquema, la persona pierde su identidad, individualidad y unicidad, mientras que lo único real y auténtico es el colectivo. De esta lógica nace el relativismo: la verdad se convierte en mera percepción y la sociedad es conducida hacia un supuesto paraíso igualitario, guiado por una élite no elegida que habla en nombre de la humanidad y busca recortar la soberanía de los países sobre sus sistemas judiciales, su territorio y su población.
Los peruanos hemos visto nuestra soberanía judicial mutilada a través de múltiples sentencias en las que la justicia nacional ha sido subordinada a fallos internacionales en favor de terroristas y en contra de nuestras fuerzas del orden. ¿Cuántos terroristas han sido compensados económicamente por mandato de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)? ¿Cómo es posible que a la terrorista Lori Berenson se le haya indemnizado con $30,000 después de haber sido capturada antes de dinamitar el Congreso? ¿O que María Loayza Tamayo haya recibido US$ 167,000, Jaime Castillo Petrozzi US$ 10,000 y la hija del dirigente sindical Pedro Huilca, Indira Huilca, US$ 250,000, cuando fue Sendero Luminoso —según confesión de los propios autores— quien asesinó a su padre y no el Ejército? ¡Un robo probado! ¡Que devuelva el dinero!
El Perú es un Estado soberano, unido por sentimientos, un pasado común, una historia rica en costumbres, tradiciones, lenguaje, religión, gastronomía y por el sacrificio de nuestros héroes en la lucha por la libertad e independencia. Esa soberanía nos otorga el derecho a gobernarnos según nuestras propias leyes y a no ser arrastrados por una élite globalista a la que nadie eligió. Como señala Agustín Laje en su libro Globalismo:
"Surgía por primera vez una organización de naturaleza distinta al Estado Nacional, que reclamaba para sí una autoridad superior a dicho Estado y una serie de funciones que iban mucho más allá de asegurar la paz del mundo... De esto sigue que la ONU, más que un foro para el entendimiento entre los Estados, sea un cuerpo político".
Un ejemplo reciente de esta injerencia globalista es la detención, el 11 de marzo, del expresidente filipino Rodrigo Duterte en el aeropuerto internacional de Manila. La orden de arresto fue emitida por la Corte Penal Internacional (CPI) por delitos de lesa humanidad cometidos en su lucha contra el narcotráfico. Duterte fue trasladado a La Haya, Países Bajos, para ser juzgado por la CPI, en un proceso que vulnera el principio de territorialidad, según el cual una persona debe ser juzgada conforme a las leyes del país donde cometió el delito. Además, viola el principio de irretroactividad, pues la CPI solo puede juzgar delitos cometidos después del 1 de julio de 2020, pero Filipinas se retiró de la CPI en 2019.
Está demostrado que la CIDH y la CPI tienen un sesgo progresista: defienden a terroristas mientras persiguen durante décadas a las fuerzas del orden. Estas cortes también podrían ser utilizadas por presidentes corruptos peruanos que buscan evadir la justicia nacional. La democracia no puede ser ingenua. Ceder soberanía ante instituciones politizadas no beneficia al Perú. No sería sorprendente que, en este escenario, se termine indemnizando a Toledo, Humala, Castillo o Vizcarra.
La revolución patriota debe defender al Perú. ¡Caviarismo nunca más! La CIDH y la CPI sobran en este país.
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