Maria Pia Salinas
El marxismo radical y el marxismo mesocrático se unen
¿Alianza estratégica o craso error?
La gesta marxista que viene cocinándose hace muchísimos años pareciera que está a punto de estallar. Su idealismo, tan bien estructurado que está sacudiendo el mundo, es la vívida muestra del Apocalipsis que nos espera y que, de cierto modo, aún podríamos prevenir. Es triste ver cómo las personas se han dejado seducir por esta torcida ideología, que cual escurridiza sustancia se amolda al cuerpo que la posee. Además ha creado un impecable discurso para cada lugar en el que piensa posicionarse. Pareciera que el tiempo no es nada para ellos, que desde el bolcheviquismo nada ha cambiado. Esta especie de mezcla entre marxismo, leninismo y maoísmo emprendió su rumbo, y es un jinete sin guarida, anacrónico. Lejos de adaptarse a una política democrática, tiene una única meta: vivir para su causa.
Gran parte de occidente ya es presa de este nefasto y carroñero ideario político. Y ahora, taimado y con mucha sutileza, viene devorando Latinoamérica. El Perú, ya vivió esa desgarradora historia a manos de sanguinarios asesinos, terroristas que bajo su arenga “defender el marxismo, leninismo, maoísmo, pensamiento Gonzalo”, arrebataron la vida de miles de peruanos, con un profuso derramamiento de sangre. Después del 12 de septiembre de 1992 recuperamos la paz y la tranquilidad, la economía creció y se estabilizó, la vida volvió a tener un rumbo normal, con una democracia imperfecta con sellos de corrupción, pero finalmente obtuvimos libertad; todo esto tras duros años de muertes y ataques terroristas, con guerrillas subversivas y movimientos revolucionarios.
Sin embargo, aterra pensar que ha sido tanta la paz que obtuvimos que hemos olvidado el terror que vivimos años antes de la captura del camarada Gonzalo. Bien se ilustra en este escenario aquella frase que versa: “Aquel que olvida su historia, está condenado a repetirla”. No debería haber lugar para esos lujos. El costo de tanta vida humana no puede olvidarse jamás, y estamos en la obligación moral de recordar estos fatídicos acontecimientos para sostener una memoria imborrable de lo que fue el terrorismo en nuestro país.
Hoy, en tiempo electoral, la más grande crisis que atraviesa nuestro país no es –en mi personalísima opinión– la pandemia sino la corrupción, porque en el caldero de un gobierno mediocre hirvieron los grandes traicioneros de la patria. Esto ha vuelto a revivir algunos escenarios que nos han sorprendido grandemente. La sorpresa más grande ha sido, en definitiva, el profesor sindicalista Pedro Castillo, que camaleónico y cabizbajo logró llegar a la segunda vuelta sin que muchos nos diéramos cuenta. ¿Cómo ha llegado a disputar el puesto de presidente una persona con una ideología marxista y de izquierda tan radical? Son varias las razones que podríamos adjudicar a su sorpresivo éxito; no obstante, hablar de ello resulta redundante.
Como es de costumbre, las alianzas a puertas de la segunda vuelta no se dejaron esperar y cada líder político ya ha mostrado su postura con respecto al candidato que apoyará. La mayoría de ellos esperábamos que apoyaran a la señora Fujimori, ya que a los peruanos bien pensantes el respeto por una economía de libre mercado, dinámica y armónica nos ha identificado en los últimos veinte años. Y eso solo se puede obtener con un gobierno abiertamente democrático.
No obstante, menuda sorpresa fue la que obtuvimos al escuchar las manifestaciones del líder político Hernando de Soto, quien con mucha extrañeza se vio acariciando los lados opuestos a su propia postura económica y, tras largo tiempo de silencio, sorprendió a todos mostrando una incomprensible simpatía con el sindicalista Pedro Castillo. Preso de su indudable ego empedernido creyó que con tener un desayuno con el susodicho podría posicionarlo en la centro izquierda, como si de un chasquido de dedos se tratara. ¡Tamaña ingenuidad la suya! Menos mal que por un destello de lucidez, recobró el sentido y finalmente terminó mostrando su apoyo a la señora Fijimori.
Debo mencionar que en el Perú siempre estuvo la izquierda, pero una izquierda perteneciente a un marxismo mesocrático, un marxismo muy burgués, donde ciertamente se ha respetado el modelo económico del país. El izquierdismo peruano, con cierto grado de poder destructivo, finalmente nunca llegó al punto de volvernos una Cuba o una Venezuela. Hoy, sin embargo, nos vemos en vilo, porque se ha manifestado con increíble aceptación un fenómeno de izquierda radical llamado Perú Libre, un partido que no solo tiene cuestionables vínculos, sino que también abraza con vehemencia el izquierdismo como tal, deslindando así de la burguesía caviar a la que estábamos ya acostumbrados.
Debo concluir hablando de la verdadera izquierda burguesa, a la cual debo la razón de esta humilde columna. El referente más cercano a la izquierda mesocrática de este país es la señora Verónika Mendoza, líder del partido político Juntos por el Perú. Hace poco Mendoza ha firmado un acuerdo o pacto con el candidato Pedro Castillo, en el que respalda plenamente su candidatura y concuerdan en el afán de ver la continuidad del proyecto izquierdista ejecutarse en el país. Es evidente que pueden compartir en apariencia similares ideales; sin embargo, cala la gran posibilidad de que la lideresa no tenga idea que le da venia no a un indefenso poblano con deseos de gobernante, sino a un político izquierdista con adoctrinado pensamiento, en cuyos propósitos no se encuentran de ninguna manera, ejercer un izquierdismo moderado, sino más bien llegar al poder y ejercer la tiranía de los verdaderos gobiernos de izquierda. Acaso la señora Verónika Mendoza se está dejando llevar por una ingente ingenuidad, creyendo que puede lograr una alianza estratégica con un radical líder político. ¿O será que, a la larga, su alianza se convertirá tan solo en un terrible error? No lo sabremos hasta mucho después.
Por tanto, la única esperanza que nos queda es votar con el sentimiento de una deuda patriótica. Aún podemos recuperar el rumbo. Hoy más que nunca debemos votar por la democracia, por el Perú.
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