El liderazgo político de las mujeres en el Perú

Se han cumplido 69 años desde que las mujeres peruanas ejercieron por primera vez su derecho al sufragio. Este hecho marcó un antes y un después en la historia democrática del país. El 17 de junio de 1956, las mujeres acudieron a las urnas, dando inicio a un proceso de transformación profunda en la relación entre género y poder político. El sufragio femenino fue mucho más que un acto simbólico: representó el reconocimiento legal de una ciudadanía hasta entonces negada.

A pesar de su importancia, este derecho llegó tarde al Perú. Fue el penúltimo país en América Latina en reconocerlo oficialmente, y lo hizo más de tres décadas después de que otras democracias del continente ya lo hubieran garantizado. Este retraso refleja la resistencia histórica que enfrentaron las mujeres para acceder a espacios de decisión, en una sociedad que durante siglos las relegó a un rol pasivo dentro del ámbito público.

Desde mucho antes de que el derecho fuera reconocido legalmente, diversas mujeres ya se habían organizado y movilizado, exigiendo su participación en la vida política. La lucha fue constante, sostenida desde el ámbito educativo, cultural, social y político. Algunas agrupaciones y partidos políticos permitieron la incorporación temprana de mujeres en sus filas, promoviendo el debate sobre la igualdad y abriendo espacios para que sus voces fueran escuchadas, aunque muchas veces en condiciones desiguales.

Con la aprobación del sufragio femenino, se abrió también la puerta a la representación. En las primeras elecciones en que participaron, un pequeño grupo de mujeres logró llegar al Congreso. Era un avance modesto en números, pero inmenso en su simbolismo. La participación femenina empezaba a tomar forma institucional, aunque el camino hacia una verdadera equidad todavía estaba lleno de obstáculos.

En las décadas siguientes, se aprobaron leyes que establecieron cuotas mínimas para garantizar la presencia de mujeres en cargos de elección popular. Más recientemente, se han impulsado reformas orientadas a lograr la paridad y la alternancia. Sin embargo, estos avances normativos no han sido suficientes. Muchas mujeres que acceden a cargos públicos siguen enfrentando violencia política, discriminación, campañas de desprestigio y una carga desproporcionada de responsabilidades familiares y sociales que limitan su ejercicio pleno.

El liderazgo de las mujeres en la política no solo debe medirse en función de cifras, sino también por la transformación de la agenda pública. Allí donde participan, las prioridades cambian: se habla de derechos, de justicia social, de bienestar colectivo. La mirada femenina ha enriquecido el debate político y ha contribuido a una visión más amplia e inclusiva del desarrollo nacional.

Recordar la conquista del sufragio femenino no es solo conmemorar un hecho histórico. Es reconocer una deuda pendiente con las generaciones que lucharon por ese derecho y con las que hoy continúan enfrentando barreras para participar plenamente en la política. La democracia no se fortalece si la mitad de la población es subrepresentada o silenciada.

Cuando las mujeres participan, la política se vuelve más humana, más justa y más representativa. Y aunque el camino aún es largo, cada paso hacia la igualdad marca una victoria colectiva para todo el país.