Carlos Adrianzén
El frenazo
No dejamos de cometer errores de política económica
Estamos a pocos meses de alcanzar el bicentenario de nuestra vida republicana. Es un momento apropiado para reflexionar tanto sobre cómo (léase: bajo qué tendencias económicas) y bajo qué tipo de gobiernos económicos) llegamos al 2021. Reflexionar sobre el primer plano implica una tarea relativamente sencilla. Hiera o no algunas susceptibilidades nacionalistas, no somos nada parecido a una plaza rica, estable y floreciente. Nada parecido al Singapur latinoamericano. Por supuesto que hemos mejorado mucho en comparación al deplorable —si no crítico— cuadro socioeconómico heredado de los manejos e institucionalidad forjados desde la dictadura militar de 1968 hasta nuestros días.
Somo hoy una economía muy pequeña (1.2% de la norteamericana). Nuestro coeficiente de apertura es mediocre (ligeramente inferior al promedio global), con escandalosos índices de incumplimiento de la legalidad (mal etiquetados como de informalidad) que ya cubren a dos tercios de nuestra sociedad. La incidencia de pobreza alcanza a más de un quinto de nuestra población; nuestro producto por persona en los últimos siete años ha dejado de recuperarse hace más de siete años respecto a su similar norteamericano. Todo esto mientras que el promedio quinquenal de la inversión bruta privada es casi nulo (bordea el 0% anual).
Todo indica que —dadas las tendencias prevalecientes, la escalada de la corrupción burocrática, el estilo estatista de la administración vizcarrista y el incesante ruido político de los últimos dos años— muy difícilmente llegaremos al 2021 con un ritmo de crecimiento económico alto. Ergo, con mejoras en la tasa de incidencia de pobreza o la creación de empleos a nivel nacional. Merece destacarse aquí que en materia de reformas estructurales y fiscales, tanto Humala, Kuczynski cuanto Vizcarra han aplicado la misma desafortunadas línea de manejo económico. Han inflado lo tributario, regulatorio y presupuestal de manera tan torpe que han equilibrado la cuenta corriente de la balanza de pagos, deprimiendo la inversión privada y llevándonos a una sucesión de déficit fiscales (a pesar del ininterrumpido incremento de las cargas tributarias por más de seis billones de dólares… solo en lo que va de la presente administración).
Un plano destacable de estas tendencias implica la positiva evolución de la inflación (esa responsabilidad del directorio del Banco Central de Reserva), aunque existen complicaciones mediatas. De mantenerse o profundizarse el reciente patrón de deterioro de los términos de intercambio, tanto los riesgos asociables a mantener el actual esquema de cambio controlado, cuanto lo políticamente inestable de la regulación al sistema previsional privado pueden complicarlo todo en el ámbito monetario y rápidamente. Así, en ausencia de sobresaltos que no podemos descartar, es probable que llegaremos al 2021 bajo un entorno grosso modo similar.
Cabe destacarse que Vizcarra, nuestro presidente por accidente, se consolida como un personaje popular, pero —en materia de manejo económico— oscuro. Otro presidente local más que flota sin aspiraciones más allá de llegar a la próxima elección siendo lo más popular que le sea posible. Sí. Dejando todos los retos y reformas al próximo gobernante.
Reflexionar, sin embargo, sobre cómo estaríamos llegando al 2021 (recordando las políticas económicas que nos han dejado en esta situación, tan halagada sin fundamento) resulta una materia mucho más útil y más sucinta. Rebobinemos: A fines de 1990, cuando maduraron los efectos de los desmanejos populistas y el proceso de deterioro institucional iniciado con el régimen velasquista, dibujamos un ejemplo global de desastre económico. Acunamos uno de los cuadros hiperinflacionarios más destructivos y longevos de la historia global y nos hundimos o subdesarrollamos, perdiendo sostenidamente diez puntos porcentuales del PBI por habitante estadounidense. Con ello, gradualmente descubrimos sus correlatos de crecientes pobreza, descapitalización y corrupción burocrática en el periodo 1968-1990.
Así las cosas, a inicios de 1991, iniciamos un cambio de rumbo, en palabras de recientemente fallecido Carlos Boloña Behr. Con reglas de mercado parcialmente aplicadas y continuos retrocesos hacia un mayor estatismo desde entonces, los efectos tangibles de estas reformas de mercado (con los que sacamos a nueve millones de compatriotas de la pobreza y recuperamos 5% del PBI por persona estadounidense) se han desvanecido. Todo parece indicar que llegaremos al 2021 teniendo que aprender dos cosas.
La primera implica que las reformas dan pocos frutos y se revierten sin un marco capitalista implacable. Es decir, sin un Estado limitado y reglas e instituciones predecibles. Por ejemplo, y para empezar, con policías, fiscales y jueces impecables. Ya sabemos qué nos frenó. Que no lo queramos aceptar es otra cosa. La segunda es aciaga. Todo indica que estamos cambiando de rumbo entusiastamente, pero en la dirección equivocada.
Vizcarra, además de Humala y Kuczynski, en sus afanes desesperados inflar lo estatal, sobrevivir a sus accidentes políticos y ser populares, consolidaron las precondiciones ideales para el regreso de un régimen socialista-mercantilista el 2021, grosso modo similar al que nos hundió en los setenta y ochenta. No solo frenan la economía y ensucian o encarcelan a toda agrupación política que no sea de izquierda, sino que no combaten la corrupción masivamente e introducen adicionales retrocesos de política económica, discretamente.
Y tengámoslo muy claro: el frenazo económico de estos días no lo causa ni los errores de Fuerza Popular, ni los marcianos, ni los términos de intercambio. Sucede que no dejamos de cometer errores de política económica.
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