Carlos Adrianzén
El Estado de Malestar (segunda entrega)
Todos los gobiernos quieren aumentar el gasto estatal
Rebobinemos lo discutido en la primera entrega. En Latinoamérica -y en el Perú- el concepto de Economía del Bienestar se envilece cuando se registran altos grados de opresión política y económica. Con ellos, la Política Fiscal se sella de abuso e inefectividad. La Historia Económica peruana reciente contrasta como supuestamente diferentes regímenes, para aumentar el tamaño del botín, hacen de todo. Podríamos decir: que hacen lo mismo. En diferentes tonos e intensidades, se introducen nuevos impuestos, se toma deuda a costos muy altos, se emite inflacionariamente, avasallando al BCR y hasta se expropia y encajan licencias monopólicas, para solventar disparatadas aventuras burocráticas empresariales. Con ello se configura una Economía de Malestar, no solo por la pobreza que se genera. Si no por el abuso, la ineficacia y la corrupción que lo caracterizan.
Nótese, bajo este aparato estatal de malestar todo vale y se maquilla. No importa pues cuantos tributos -o exoneraciones- se introduzcan a lo largo de regímenes supuestamente antagónicos. Siempre rozan una suerte de límite de extracción de recursos. Durante más de medio siglo la presión tributaria peruana no se escapó significativamente de su espectro (15% a 19%). Se contrasta así que las todas ofertas aplicadas para tratar de ampliar la base tributaria, no solo configuraron ilusiones, sino que solo implicaron mitos usados para gastar o extraer más.
En esta entrega descubriremos la evolución de la escala del gasto estatal peruano en seis décadas consecutivas; y –como ofrecimos– recordaremos como rozamos con una escala propia de una nación comunista.
Enfocaremos pues como se consolidó, década tras década un Estado de Malestar (del cual aún no logramos escapar). Durante el tiempo político transcurrido sufrimos: (1) desde la dictadura militar socialista incluyendo a su espuria Constitución en 1979; transitando hacia (2) a un Cambio de Rumbo Incompleto, incluyendo a la Constitución Política de 1993; hasta, (3) la vorágine posterior de democracias de estilo latinoamericano y golpes de Estado de centro-izquierda y extrema-izquierda, y sus de reformas constitucionales.
Con ello, el país regresa al estilo del socialismo mercantilista setentero.
Muchos hablan del mantenimiento de un modelo económico de la constitución fujimorista, pero el ambiente económico actual es muy distinto al prevaleciente entre 1993 y el 2010. Podemos hablar de dos fases antagónicas. Una con cambio de rumbo, con reformas de mercado incompletas (1992-2010); y otro de definidas anti-reformas (2010-2024), orientado al retorno de la opresión. Desde hace una década, se regresa a la opresión persiguiendo inflar el aparato estatal a todo costo.
El Gráfico 2 nos libera de mayores comentarios. Nos enseña como entre los setentas y ochentas el aparato estatal se infla desproporcionadamente sin respetar otro límite que el abuso totalitario. No solo endeudándonos, expropiando masivamente a privados e introduciendo las licencias monopólicas que mantuvieron -y mantienen- a flote las empresas estatales; sino que abiertamente se quebró toda pretensión de disciplina monetaria, con una autoridad monetaria vergonzantemente avasallada.
Se infla el gasto estatal quebrando todas las reglas. Hundiendo al resto de los agentes económicos. Se roba propiedades, se crean monopolios explotadores, se endeuda el país –y siguiendo la receta leninista– se destruyen los mercados con incertidumbre inflacionaria mientras se empobrece continuamente a las mayorías nacionales con una inflación longeva y creciente.
Aunque la crónica progresista de nuestra historia económica oficial lo omita olímpicamente –con una desvergüenza que quiebra todo registro– este Estado de Malestar, además de crecientemente impopular, contrajo el tamaño de nuestra economía en forma salvaje.
Ya conocemos algo muy cercano al comunismo
La siguiente figura (ver Figura 3) nos recuerda los días en los que el tamaño del Gobierno habría superado el 70% del PBI. Si, como en Cuba en este momento. Lo sugestivo aquí resulta su visible toxicidad económica. Como en Venezuela y Cuba hoy (en cifras extraoficiales para Cuba), recordemos que, a fines del periodo de influencia de la hedionda dictadura militar setentera, más de dos tercios de nuestra población superó la línea de incidencia de pobreza.
Y la clave aquí pasa por reconocer lo que no queremos ver. Cuando la burocracia quiebra la institucionalidad que la limita y avasalla a las personas, para gastar más (endeudándonos, robándonos inflacionariamente, abusando regulatoria e impositivamente), la nación pierde la brújula, deja de crecer y la pobreza explosiona.
Esto no solo sucede en el Perú velasquista, del cual parecemos habernos olvidado. Sucede persistentemente en Cuba, Nicaragua o Venezuela: De las tres solo merece destacarse el caso venezolano. Una nación que configura el mayor caso de éxito económico en la región en toda la posguerra. Pasa desde rozar a los albores del desarrollo económico en los sesenta (cuando bordea el 70% de producto por habitante de un estadounidense), a niveles de subdesarrollo y pobreza solo comparables a Bolivia. Todo esto bajo un régimen in crescendo de un Estado de Malestar.
En el caso peruano lo serio del regreso reciente al Estado de Bienestar Opresor resultan tanto su popularidad, así como la suerte de admiración mayoritaria de gran parte de nuestra clase política (Antauro, Verónika, y hasta César o Alberto) por una política económica basada irreflexivamente en un Estado de Bienestar Opresor. A lo cubano o venezolano.
Sí, señor elector. En el Perú actual, lamentablemente hoy –ad portas de unas elecciones generales–, cuando discutimos dónde estamos parados, lo hacemos inoculados de ideas superficiales. Repetimos básicamente creencias o sentimientos. No discutimos seriamente. No hemos aprendido.
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