Gustavo Barragan
El dia que no existió
La protesta naval del 25 de junio de 1975
Pareciera una página escapada de la novela 1984 de Orwell, pero ocurrió. Este acontecimiento no fue reseñado en ningún diario “parametrado”, pero es histórico. A 13:00 horas del 25 de junio de 1975, hace 45 años, todas las unidades de la Escuadra Nacional surtas en la bahía del Callao levaron anclas, y las acoderadas en los espigones de la Base Naval Callao largaron espías. Con un frenesí nunca visto, como si avecinara un tsunami, se hicieron a la mar con rumbo desconocido. En el crucero Almirante Grau ondeaba la insignia del contralmirante José Carvajal Pareja. Cada comandante era responsable de sus propias decisiones y dueño de su incierto destino. Presidente de la República, de facto y en su séptimo año, era el general de División Juan Velasco Alvarado.
Esa Armada que un 3 de octubre de 1968 le había manifestado a Velasco que se “Mantenía al margen de los acontecimientos”, cuando él derrocó al presidente constitucional Fernando Belaunde Terry, a la que Velasco íntimamente desdeñaba, zarpaba sin su conocimiento. En horas de la mañana se apersonaron a su despacho el contralmirante Jorge Parodi Galliani, el contralmirante Edmundo Masías Scheelje, y el capitán de navío Raúl Sánchez Sotomayor, como portavoces de la Marina de Guerra, para hacerle saber que los buques sólo volverían a sus apostaderos cuando renunciara el ministro de Marina, vicealmirante Guillermo Faura Gaig.
Velasco, cazurro, les invitó un café y al comandante Sánchez le dijo “Y tú, negro, ¿me acompañas con un pisquito?”. Telefoneó a su ministro y le dijo: “Tus marinos no te quieren, si a las seis de la tarde no ha regresado algún buque, date por renunciado”. Cayó la noche y en el horizonte chalaco, como nunca, el horizonte estaba iluminado con las luces de medio centenar de buques. En Palacio de Gobierno, Velasco meditaba la siguiente movida. Se daba cuenta de que más allá de obligarlo a destituir a uno de los miembros de su Junta Revolucionaria hacían tambalear su Gobierno. No quería ceder, pero tampoco podía evitarlo. Esos marinos, que según sus coroneles consejeros “no conocían la realidad nacional”, lo habían jaqueado. Había descuidado en sus planes que su “socialismo con guayabera” no cuajaba con los marinos, profesionales y técnicos de la más alta calidad, a los que un proletariado marxista no entusiasmaba en lo más mínimo.
Como sentenciara el exministro y comandante general Luis Ernesto Vargas Caballero, profesaban la doctrina “occidental y cristiana”, en las antípodas del marxismo, materialista y ateo. A la medianoche fue designado ministro y comandante general de la Marina el vicealmirante Augusto Gálvez Velarde.
Los buques regresaron a sus apostaderos. Conocedores de otras realidades en el extranjero, los marinos sabían que ese viraje político sólo había traído calamidades a los países satélites de la Unión Soviética y a Cuba. Uno de los generales ministros había expresado que el logro de las metas revolucionarias demandaría el sacrificio de una generación. Una generación planificada, en que antes de ser médico debías ser enfermero, antes de ser agrónomo sudarías de campesino, los oficios marítimos solo para costeños, del mismo modo que los andinos se dedicarían a las actividades propias de su hábitat. Todo ello mediante la implementación de las ESEPS, un engendro equivocado del sistema educativo alemán en que los más competentes pueden acceder a la Universidad y los menos hábiles a las Instituciones técnicas, conocidos allá como el Hochschule y el Rearschule.
Así de simple, si un cusqueño tenía vocación de marino debía conformarse con ser minero. De esa forma el Perú saldría de la pobreza y el ciudadano sería liberado de la nociva sociedad de consumo capitalista. La reforma agraria y las expropiaciones tampoco fueron acertadas, por lo que al retorno de la democracia se dio la avalancha de privatizaciones bajo presión del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional como condición para ser sujetos de crédito
El socialismo no fue un sesgo sino una política de Estado del gobierno revolucionario. Inundó todo el estamento gubernamental orquestado por el Sistema Nacional de Movilización Social (Sinamos), para el apoyo político al movimiento militar, llegándose a extremos risibles como satanizar al Pato Donald, a Rico Mcpato y hasta Papa Noel, por alienantes, reemplazando a este último por el Niño Manuelito, de extracción nacional. Ya no hubo colegios ni escuelas, todos eran centros educativos; tampoco alumnos y maestros, llegándose a extremos de prohibir la distinción de los niños más aplicados con una estrellita dorada en la frente porque era acomplejar a los demás. En el orden castrense se implementó el COAP, un órgano de asesoramiento del Gobierno destinado a planificar las grandes transformaciones que requería el país.
Algunos analistas se han preguntado ¿Por qué la Escuadra exigió la renuncia de Faura y no la del mismo Velasco? A falta de testimonios públicos, la verdad histórica es que los líderes de la protesta naval, consideramos necesario consultar al primer ministro, ministro de Guerra y comandante general del Ejército, general de División Francisco Morales Bermúdez Cerruti, quien, sorprendido, dijo que en tal eventualidad se enfrentarían al Ejército a riesgo de desencadenar una indeseable guerra civil. Años después me comentó que él había estado de acuerdo, pero aún no tenía consolidada la unidad del Ejército. El 26 de agosto de 1975 cuando se produjo el “Tacnazo” en el que el general Morales Bermúdez derrocó a Velasco. Ya tenía el apoyo unánime del Ejército, la Marina de Guerra y la Fuerza Aérea.
Los marinos peruanos forjados en el lema “Cadetes navales, seguid su ejemplo”, ubicado en el frontis de la cripta en honor al almirante Miguel Grau, fueron fieles a su formación, rememorando que el “peruano del milenio”, al mando del monitor Huáscar, también protestó contra el Supremo Gobierno y fue encarcelado, en desacuerdo con la designación de un extranjero para el mando de nuestra escuadra.
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