Ernesto Álvarez Miranda
Canchita y pollada
Un acuciante debate sobre el mercado
El caso de la canchita en el cine no es un tema anecdótico y sin importancia; por el contrario, lo que está en juego es la forma de entender el modelo de economía social de mercado vigente en nuestra Constitución. Es más, de acuerdo a la forma en que se aborde el tema, se desnudan nuestras perspectivas ideológicas. Así, durante la semana hemos leído con atención a expertos como Gustavo Rodríguez y Julio Durand, ambos profesores de la USMP, liderando posiciones antagónicas, rebasando los estrechos límites del derecho de consumo, incorporando argumentos basados en otras especialidades como libre competencia y análisis económico del derecho, entre otras.
Quedó claro que si bien se debe proteger al consumidor de prácticas abusivas, se debe confiar en su capacidad de elección, respetando al mismo tiempo la iniciativa empresarial que nos ofrece un producto complejo: “ir al cine”, que es más que ver una película, es un estilo de diversión. Recordemos que las salas de cine sobrevivieron a la grave crisis de la industria cinematográfica solo cuando se adaptaron a la modernidad —léase betamax, vhs, alquiler de películas, YouTube y Netflix— estableciendo un nuevo producto, una experiencia grata y distinta para disfrutar del tiempo libre.
Precisamente el peruano se convirtió en un experto empírico en materia económica, gracias a las dos décadas, de los setenta a los noventa, en que el voluntarismo del gobernante pretendió sustituir la inventiva y el emprendimiento del ciudadano. Es nuestra gente la que inventó, por ejemplo, la pollada; ejemplo magnífico de modelo de negocio para agenciarse fondos con ayuda de amigos y vecinos. Estos no acuden realmente a comer pollo, aunque sí sea un elemento indispensable. Al “colaborarte” comprando la entrada están comprando un determinado concepto de diversión, que incluye música y baile, y la posibilidad de hacer nuevos amigos. Y claro, si se cuenta con algún dinero extra, se compra cerveza a precios elevados, pues invitar a beberla es una convención social para interactuar y lograr esas nuevas amistades.
Felizmente, los vocales de la Sala de Defensa del Consumidor van seguido al cine, pero no participan de nuestras polladas. Su criterio ideológico podría considerar que el precio de la cerveza que se vende dentro del recinto constituye un abuso, y en su intento de promover su venta a un “precio justo”, podría obligar a los organizadores a permitir el libre ingreso de cerveza “o similares”, posiblemente poniendo fin al popular modelo de negocio, pues no se recauda mucho con la venta del plato de pollo con papa y choclo. La Sala acabaría matando las polladas.
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