Manuel Erausquin

Alemania campeón, Perú eterno soñador…

Alemania campeón, Perú eterno soñador…
Manuel Erausquin
16 de julio del 2014

¿Hasta cuándo seguiremos sin participar en los mundiales de fútbol?

Terminó el mundial y también las exitosas apuestas que prodigaron almuerzos muy bien rociados. Todo quedó definido con el golazo de Mario Götze en el segundo tiempo del suplementario. Un tiro cruzado selló la epopeya germana en el Maracaná. Los argentinos no podían creerlo y tampoco querían. Pero la realidad se impuso -como siempre lo hace- con la potencia de los hechos: Alemania siempre manifestó su vocación ofensiva. Argentina quiso ser protagónica y no pudo. Y tarde o temprano el gol tenía que llegar por el lado que más presionaba. Así la copa del mundo evitó la mediocridad de una definición por penales y se ungió como campeón a un equipo que triunfó en el trámite del juego. Dios siempre quiera que sea así. Se lo rogamos.

Ahora, lo interesante de nosotros los peruanos es que no importa que estemos ausentes del mundial desde España 82. Aquí se disfruta y se celebra. Por ejemplo, celebramos con un nuevo televisor, por acertar en los pronósticos o por juntarnos más seguido con los amigos y gozar de la lluvia de goles -ajenos- que inflan las redes, y por robarle un poco de esa intensidad emocional a los protagonistas del momento. Quizás para hacer menos gris el día y darle un sentido a esa cotidianeidad que muchas veces llega apática o provista de maledicencia. Uno nunca sabe.

Pero mientras veíamos a futbolistas como el holandés Arjen Robben humillar a quienes pretendían frenarlo y definir con goles jugadas de categorías épicas, más de uno ha pensado -e incluso con melancolía- en una selección peruana disputando algo importante. Algunos han tenido que echar mano de la memoria o de YouTube, sobre todo los que nunca han sido testigos de una hazaña de la blanquirroja, y poder comprobar que sí existieron épocas donde nuestros jugadores sabían ganar.

Tiempos en los que clasificar a un mundial no pertenecía al ámbito de la fantasía, era una pretensión probable y respaldada por un talento real. La fantasía surgía de los goles de Cubillas a Escocia en el mundial de Argentina 78 y de los goles de Uribe, el diamante que cegó a los uruguayos en el Centenario de Montevideo en las eliminatorias para España 82. Pero esto no significa que no hayan tenido partidos para el olvido, porque los tuvieron. Aunque fueron generaciones que tuvieron posibilidades de pelear y peleaban. Sin embargo, todo eso se acabó. Pero no fue de golpe, el terreno fangoso se fue preparando progresivamente con la desidia e ineptitud de los dirigentes deportivos, los que pertenecían a los clubes de fútbol y los que conformaban la federación peruana.

El transcurrir del tiempo solo ha constatado que la mayoría de nuestros clubes de fútbol no son competitivos y que están condenados al fracaso. Los más referenciales como la “U” y Alianza Lima están arrinconados por la Sunat y están casi quebrados. Otros equipos ni siquiera poseen una sede decente para sus futbolistas y los tienen con los sueldos atrasados. Y ni pensar en complementos vitamínicos para potenciar la performance de sus jugadores. Menos referirse a un centro de alto rendimiento en los clubes locales, eso sería irreal. Es la dimensión desconocida por estas tierras.

Por eso cuando se lee que desean proponerle a Jorge Luis Pinto que dirija la selección peruana por su extraordinaria actuación con Costa Rica en el mundial brasileño -aunque la FPF ha desmentido ese interés-, la inquietud emerge y uno se sobresalta con furia. Porque de nada serviría traer -incluso- a Guardiola, Mourinho o Löw. Los tres juntos fracasarían con las condiciones actuales e invariables del fútbol peruano: equipos sin capacidad competitiva a nivel internacional, jugadores carentes de fundamentos técnicos y un torneo local signado por la mediocridad.

En esos aspectos tendrían que pensar primero los dirigentes si realmente desean que el fútbol de nuestro país empiece a construirse un destino con brillo. Pretender clasificar a un mundial es un logro que partirá primero de la sensatez y una genuina autocrítica. Luego de eso tendrá que venir los demás. No puede ser al revés. Lo contrario será lo de siempre: la demagogia y la destrucción masiva de las ilusiones.

Por Manuel Eráusquin

Manuel Erausquin
16 de julio del 2014

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