Vargas Llosa y Cateriano

Los gestos en política puede resumir tratados y teorías en una simple fotografía.   

Ayer domingo el premio Nobel peruano, Mario Vargas Llosa, escribió un artículo que me impresionó por la enorme potencia que tienen los gestos en política. Si bien el escritor mantiene sus aproximaciones apasionadas de la historia, como el pretender que el fujimorato solo representó algo más que el infierno del Dante, el elogio al gesto del jefe de Gabinete, Pedro Cateriano, de “fotografiarse con sus archirrivales Keiko Fujimori y Alan García”, revela que, en la democracia, a veces, los políticos pueden amansar a las hogueras intelectuales más crepitantes. Tremenda noticia para el futuro del Perú.

Vargas Llosa en preciso análisis señala que el choque entre el Ejecutivo y el Legislativo que desencadenó la censura de Ana Jara puso al país en una situación en “que cualquier catástrofe hubiera podido ocurrir”. Sin embargo las audacias de Cateriano lograron un momento político favorable a la gobernabilidad, a diferencia del siglo pasado, cuando los choques entre Ejecutivo y Legislativo terminaban con interrupciones democráticas.

El Nobel celebra este nuevo momento del país, pero al festejarlo celebra implícitamente el comportamiento de la oposición, porque para la política que se comenta se necesitan las buenas intenciones de Cateriano pero también la buena voluntad de la oposición. Y como todos sabemos las principales fuerzas opositoras hoy son el fujimorismo y el aprismo.

Cualquiera sea el ángulo con que se analice las reflexiones de Vargas Llosa hay un subtexto implícito que parece modificar opiniones anteriores con respecto al fujimorismo actual, no al histórico. Para no apresurarnos, nos quedamos ahí. Nada más.

Sin embargo sí se puede analizar la dialéctica Vargas Llosa- Cateriano. El optimismo del Nobel con respecto a la gobernabilidad del Perú no proviene del diálogo con los muertos que los intelectuales suelen sostener con la lectura de un buen libro, sino, de un acto de pura política. Cateriano cruzó el Rubicón humalista y se reunió con sus archirrivales políticos y, de una u otra manera, algo parece haber cambiado en las aproximaciones de Vargas Llosa.

La crisis de la política y del espacio público que afecta al Perú desde hace un cuarto de siglo ha alterado profundamente las relaciones entre políticos, intelectuales, periodistas y tecnócratas en detrimento de la figura del político, algo insostenible para cualquier sociedad abierta.

Si no existe un Haya de la Torre, un Ramírez del Villar o un Luis Alberto Sánchez, el intelectual no tiene como alimentarse de la política. Lentamente, la gran reflexión sustituye al obrero que negocia y construye acuerdos en democracia. Ante el descrédito del político, el periodista con cierta posición empieza a pontificar sobre la política y el tecnócrata, con sus grados académicos, se erige en “científico político” y plantea recetas. De una u otra manera, el Perú padece esa indigestión.

Sin embargo todas las sociedades abiertas y la persistencia de la misma democracia solo se explican porque los políticos, los obreros de la libertad, nunca dejan de trabajar en los entendimientos. Los intelectuales se vuelven seminales en el espacio público cuando se alimentan de la fragua pública. De allí la enorme trascendencia de los gestos en política que pueden resumir tratados y teorías en una simple fotografía. En este país de guerras perpetuas que destrozaron a la democracia, una “fotografía con los archirrivales” nos indica que la política nació para evitar la guerra. Y con las batallas extintas, los nuevos generales de la libertad solo pueden ser los políticos. ¿Quién más?

Por Víctor Andrés Ponce
04 - May - 2015