¿Todo Congreso pasado fue mejor?

Los resultados de las elecciones para el nuevo Congreso nos presentan una fragmentación política pocas veces vista en la historia republicana y una grave crisis de representación. Cualquier sociólogo extranjero que analizara el fenómeno político tendría que preguntarse ¿cómo va a sobrevivir la experiencia republicana en el país con semejante balcanización política? 

La significativa presencia del Frepap con su discurso teocrático, de la UPP y de los etnocaceristas con las amenazas de fusilar a los jefes de Estado corruptos y también a los homosexuales; la continuidad de las izquierdas comunistas y el protagonismo sorprendente de un personaje como Daniel Urresti, han llevado a muchos a sostener que el Congreso disuelto el pasado 30 de setiembre se hará extrañar y mucho. 

Si Fuerza Popular llevó a los emprendedores emergentes y sin educación mesocrática, pero conocedores de la viveza y el achoramiento popular, hoy el Frepap y la UPP encumbran como representantes a un sector más excluido, sin trayectoria profesional ni empresarial, y algunos solo con primaria. En otras palabras, algo así como que los de abajo ya no quieren intermediarios, ni cercanos ni lejanos. Ahora pretenden hablar directamente.

La guerra política entre fujimoristas y antifujimoristas, finalmente, parece haber herido de extrema gravedad a la actual experiencia republicana. Las batallas no solo trasladaron las atenciones a los tribunales y los juicios, no solo alejaron a los actores de las reformas urgentes para relanzar el crecimiento, sino que crearon la más terrible crisis de representación que se haya conocido en la reciente historia.

Con la emergencia del fujimorato en los noventa también hubo una crisis de representación parecida. Los partidos del establishment habían perdido predicamento, los medios de comunicación se quedaron sin influencias y, en general, la sociedad se fracturaba entre un sector formal muy reducido y un desborde informal que se generalizaba. Sin embargo, en medio de esa anomia, emergió un caudillo que lo centralizó todo: Alberto Fujimori.

Hoy no hay nada parecido, al menos hasta ahora. El presidente Vizcarra ya no puede jugar a las reformas política y judicial para pretender emplazar al Congreso y ganar popularidad. No hay los votos suficientes para ese libreto y los frepapistas, antauristas y frentaamplistas no se dejarán presionar con facilidad.

Sin embargo, el Congreso podría terminar bloqueado, convertido en una entidad intrascendente. ¿Gana el Ejecutivo con esta posibilidad? Si se tratara de un Gobierno que reconstruye el norte, que enfrenta la ola criminal y que relanza el crecimiento, cualquiera podría sostener que la Casa de Pizarro ya ganó. Pero con el Ejecutivo que tenemos, y sin posibilidades de guerrear con el Congreso para ganar popularidad, lo más probable es que todo siga desplomándose a favor de las fuerzas antisistema.

En este contexto solo resta recuperar la política republicana. En otras palabras, las fuerzas dentro del Congreso y fuera de esta institución deberían ser capaces de formar una gran coalición para defender los activos institucionales, económicos y sociales logrados en las últimas tres décadas, y proponer determinadas reformas para restablecer los puentes quebrados entre el país formal e informal.

Si las élites actuales no entienden la magnitud de la crisis, tarde o temprano serán barridas, sobre todo aquellos sectores que hicieron de la relación con el Estado un modus vivendi.