Los recios ex presidentes regionales

Horas antes de conocerse el primer Gabinete de la era Vizcarra, Lima se volvió una ciudad de rumores que inundaban las redes y desataban la desesperación de diversos sectores. Casi todas las versiones eran falsas, porque los ministeriables mencionados eran los más sorprendidos ante una repentina llamada que buscaba confirmación.

Las bolas rondando sobre el próximo Gabinete parecían revelar que las fuerzas estatalistas que suelen pelear posiciones en el Estado, al margen del signo o identidad del gobierno elegido, estaban más que desesperadas porque algo diferente había sucedido en la cúspide del poder que ha emergido. En cualquier caso, al cierre de esta columna las versiones iban y venían, ante el hermetismo que se guardaba en el equipo de Vizcarra, mientras que los medios —en los que se solía reportear sobre los eventuales cambios de Gabinete— padecían una sequía de información.

La conclusión parecía evidente: el presidente Martín Vizcarra y el primer ministro César Villanueva, al parecer, habían decidido organizar el Gabinete guardando todas las distancias necesarias de los principales actores del conflicto político que culminó en la renuncia del ex presidente Kuczynski. Un gesto clarísimo de autonomía que debe haber hecho que más de un periodista vuelva a pisar tierra, tan mal acostumbrado a creerse “un estratega” en medio de la mediocridad política de la administración pepekausa o de la arbitrariedad del nadinismo.

El enclaustramiento de los hacedores del Gabinete también revelaba que los ex presidentes regionales que se reunían para reorganizar el poder eran políticos recios, que conocen los asuntos de la gestión, con incontables cicatrices, que resisten presiones y, sobre todo, que saben por dónde hay que avanzar para armar la gobernabilidad.

Sin embargo, precisamente por todas esas consideraciones dos cosas parecen inevitables en el nuevo poder Ejecutivo que se organiza. De ninguna manera se repetirá el absurdo político —que no existe en ninguna democracia con relativa estabilidad— de querer gobernar en alianza con los medios de comunicación, tal como pretendió el Gabinete Zavala a sugerencias del ala izquierda de la administración PPK. En las sociedades abiertas los medios de comunicación no pueden reemplazar a las necesarias alianzas o coaliciones entre los partidos o fuerzas políticas. Quizá para graficar la relación del nuevo Ejecutivo habría que recordar la entrevista que concedió Villanueva a un programa dominical, en el que la entrevistadora lo trató con extraña aspereza en su intención de defender la presidencia de PPK.

Sin embargo el Perú parece un país surgido para todas las ficciones. Es increíble cómo los sectores, periodistas y medios que, unas horas atrás, defendían la presidencia de PPK —no obstante todo lo que se conocía de las transferencias de Odebrecht a Westfield— hoy desarrollan todas las estrategias de presión en la organización del próximo Gabinete. No hay el menor rubor ni la más leve autocrítica por haber defendido una administración tan cuestionada, y que ahora seguiría encumbrada en el poder de no haber mediado los audios y grabaciones de Mamani.

Un establishment sin vergüenza utiliza los últimos restos del antifujimorismo, un detergente poderoso que limpia todo (hasta casi asea la presidencia de PPK), para seguir presionando en la organización del nuevo Ejecutivo. Sin embargo algo ha cambiado en el poder. Los políticos han recuperado la gestión y, por más caviares que aparezcas en el Gabinete, ya no podrán desarrollar sus estrategias de exclusión como lo hicieron en el Gobierno de PPK.