LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El último acto político de Alan García
El suicidio para salvar el honor y resucitar un partido
El presidente Alan García ha muerto. Prefirió el suicidio a la humillación de ser fotografiado con esposas y chaleco de recluso para alimentar las portadas y los reportajes de sus enemigos, y sin que mediara un juicio. García iba a ser detenido sin acusación fiscal y las vanidades de sus adversarios políticos —entre ellos el fiscal Domingo Pérez, el indescifrable personaje Gustavo Gorriti e IDL- Reporteros— iban a inflarse hasta reventar. Pero García tomó una decisión personal: el suicidio.
Y la fiesta preparada por sus adversarios se convirtió en un velorio. Seguramente sus enemigos seguirán escribiendo la leyenda negra que no pudieron plasmar en una acusación fiscal ni en una investigación judicial seria. La muerte de García lo encumbrará, lo colocará —como suele hacer la Historia— por encima de las minucias y las miserias de sus archirrivales. Y, entonces, quedará el ex presidente que condujo la República con criterios democráticos impecables en dos ocasiones, que convocó a elecciones y que entregó el poder cuando le tocó hacerlo.
¿Por qué García tomó la decisión de suicidarse? Quizá solo Dios lo sabe. Pero hay algunos hombres que, a cierta edad, solo pretenden congraciarse con la Historia. Luego de los desastres económicos de su primer gobierno y de múltiples acusaciones, el ex jefe de Estado desarrolló un segundo mandato ejemplar, que hizo brillar al Perú como un milagro económico emergente en el planeta. Todas las versiones señalan que, en la segunda administración, García buscó a toda costa que su legado permaneciera limpio y que exigió pulcritud en el manejo público. Pero Odebrecht y los funcionarios —como en los demás gobiernos— mancharon la administración aprista. Esos hechos sirvieron para que sus adversarios se obsesionaran en vincularlo con hechos delictivos, sin formular acusación fiscal alguna y utilizando todo tipo de arbitrariedades. Hubo de todo. Por eso hoy García decidió evitar la humillación y se disparó un tiro.
La decisión del ex jefe de Estado puso contra la pared a sus adversarios. Hoy existe un antes y un después para la estrategia de Domingo Pérez e IDL-Reporteros de promover detenciones sin acusación fiscal ni juicios. Hoy, de una u otra manera, ha terminado el reino del terror fiscal, que avanzaba con la indiferencia y el silencio de la Junta de Fiscales Supremos. Hoy igualmente ha terminado la temporada circense en la que las detenciones alimentaban la popularidad de una supuesta ola anticorrupción, sin que los fiscales acusaran a nadie.
Con su decisión García no solo se encumbró sobre las miserias de sus enemigos, sino que hizo posible la resurrección del viejo partido de Alfonso Ugarte. El grito de “el Apra nunca muere”, se escuchará cada vez más fuerte, y los jóvenes apristas no solo se alimentarán del mito de Víctor Raúl Haya de la Torre, sino también del nuevo mito del dos veces jefe de Estado en democracia.
Cualquiera podría decir que Alan García solo era un animal político que nació y vivió para la política. Y si le quitabas la política, prefería la muerte. Apresarlo sin acusación ni juicio era quitarle todo. No es descabellado entonces decir que el suicidio de Alan es su último acto político. A partir de ahora Alan seguirá creciendo hasta difuminar todas las vilezas de sus enemigos.
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