El resurgir de la oposición en elecciones

Hasta antes del desarrollo de la campaña electoral, en el Perú no existía oposición. La prueba de esta afirmación es que la vacancia de Martín Vizcarra y la instalación del gobierno constitucional-transitorio de Manuel Merino fue un capítulo de párrafos muy breves. Las marchas de una generación desinformada encumbraron a Francisco Sagasti y, entonces, el Perú comenzó a espectar la segunda parte de la tragedia que había iniciado el anterior gobierno.

Hoy que se conocen la devastación y la frivolidad que atravesaba a la administración Vizcarra y el avance de la segunda ola, ¿acaso alguien cree que el ex mandatario iba a respetar el cronograma electoral y las prerrogativas de las instituciones? Parece difícil. De allí que el papel de Merino y los 105 congresistas de la vacancia republicana seguirá creciendo, porque ellos comenzaron a construir el camino opositor. 

Si bien Merino y los 105 republicanos del Congreso fueron derrotados, sin esa audacia hoy no estaríamos hablando de la posibilidad de avanzar hacia la quinta elección nacional sin interrupciones bajo el marco de la Carta de 1993. No hay duda de que, en los años por venir así lo registrarán los próximos Basadre.

De haber sucedido lo contrario, el país habría avanzado hacia una noche negra. Un proyecto autoritario ya estaba encumbrado en el Estado, con ciertos retoques democráticos, pero era un autoritarismo en curso que, tarde o temprano, iba a terminar colectivizando la economía para mantener la imprescindible popularidad. Sin embargo, la administración Sagasti ya empezó ese proceso colectivizador, pero carece de tiempo y popularidad. Al ex presidente Vizcarra le sobraban esos factores.

De otro lado, la devastación que dejó la administración Vizcarra, simplemente, licuó las posibilidades de cualquier propuesta electoral que mantuviera nexos con Palacio, mientras fortalecía a los candidatos opositores y materializaba el resurgimiento opositor. De allí el enanismo electoral de Julio Guzmán y el lento desmoronamiento del irresponsable ensayo electoral –para con la República– de George Forsyth. Y de allí también la desesperación del establishment de jugar diversas cartas por la izquierda. Desde Yonhy Lescano hasta Verónika Mendoza. Sin embargo, el cataclismo que dejó el anterior gobierno parece que lo derribará todo por el lado izquierdo. En el sur, la candidatura de Pedro Castillo comienza a devorarse a gran velocidad las posibilidades de Lescano y Mendoza. 

A dos semanas y días de las elecciones nacionales, entonces, las posibilidades electorales avanzan por la centro derecha. Y lo más probable es que dos candidatos de este sector disputen la segunda vuelta. Si hay outsider y sorpresa solo parece que provendrá de la centro derecha. Veremos.

La polarización y la intolerancia que se percibe, el olor a pólvora por quemar y los exabruptos, se explican porque los candidatos de la centro derecha comienzan a correr solos, sin el contrapeso de la izquierda.

Ahora bien, la centro derecha en la segunda vuelta no es novedad alguna. Pasó en las elecciones del 2016, y si la izquierda se apoderó del Estado solo se explica por la guerra política que inició Fuerza Popular y Vizcarra llevó hasta el final.

Algo gigantesco se ha movido en la política y la sociedad. Enorme. Sin ganar elecciones, la izquierda pretendió controlar y colectivizar el Estado y la economía, a diferencia de los proyectos chavistas que ganan comicios y forman mayorías. En cualquier caso, allí está la quinta elección nacional sin interrupciones y la posibilidad de persistir en la construcción republicana. Y es que no hay República sin oposición, sin control político del poder.