El peligro de la unanimidad

El silencio y casi ocultamiento de la prensa tradicional sobre el debate en el Congreso del informe Lava Jato contrasta con la voluntad —unos días atrás— de transmitir en cadena nacional el proceso en que se ordenó la detención preventiva de Keiko Fujimori. Si se decidió transmitir y difundir el casi juicio en que el fiscal Domingo Pérez “demolía” con argumentos políticos envueltos en forma jurídica el supuesto lavado de activos de Fuerza Popular, ¿por qué extraña razón la prensa escrita, la radio y la televisión abierta y de cable se negaron a difundir la presentación y las conclusiones que expuso la congresista Rosa Bartra sobre la megacorrupción que se apoderó del Estado y la política en las últimas dos décadas?

El asunto es más grave de lo que parece. Hoy no solo se puede hablar de que en el Perú existe una justicia selectiva —fiscales y jueces influenciados por IDL-Reporteros— que persigue adversarios y que protege a los principales implicados en la caso Lava Jato, sino también de una media que hace lo mismo. Si recordamos que la prensa peruana, luego de la caída del fujimorato, se convirtió en una de las más independientes e irreverentes del continente, ¿qué ha pasado por estos lares? ¿El asunto tiene que ver con el subsidio estatal a las redacciones que organizó Nadine Heredia y el desmadre que se desató con la Ley Mulder (hoy derogada por el TC)? ¿O acaso tiene que ver con los calvarios judiciales que se avecinan para algunos propietarios de medios comunicación?

En cualquier caso, el periodismo está de luto ante semejante conducta. Todo indica que, para algunos colegas, ya no hay sueños ni prestigios que preservar, quizá uno de los activos más importantes en cualquier carrera periodística.

Pero eso no es todo. La señalada conducta de los medios tradicionales se expresa en una unanimidad mediática que no solo excluye al disidente, sino que busca demonizarlo, aplastarlo, para que no “desarrolle su efecto corrosivo en la unanimidad”. Luego de que IDL-Reporteros publicara el chat de La Botica, en que los congresistas fujimoristas comparten los tuits de algunos periodistas, y después de que el semanario Hildebrandt en sus trece intentara cargarse a algunos colegas por artículos de opinión o determinados tuits, de una u otra manera, el derecho de opinión comenzó a ser jaqueado. En otras palabras, si eres disidente y te atreves a utilizar la peligrosa arma del Twitter y te retuitea el adversario, entonces ya estás en el campo enemigo.

La búsqueda de la unanimidad engendra la intolerancia. Y, por si no lo saben algunos colegas, es parte los principios de Goebbels para crear el enemigo único. Cualquier equidistancia o centro debía ser aniquilado porque atentaba contra la idea de una polarización entre dos bandos. Con énfasis más o menos, con cementerios más o menos, con libertades más o menos, esos principios de la comunicación y propaganda nazi —y también bolchevique— han formado parte de todos los autoritarismos, incluidos el fujimorato de los noventa y los chavismos de América Latina.

Algo extraño, pues, ha sucedido con muchos colegas. Probablemente todos ellos saben de los peligros de la unanimidad; sin embargo, se allanan con facilidad. Y no hay excusas. Si un buen periodista no comparte las directivas del propietario del medio, bueno, no puede ir en contra de ellas. Así es la dialéctica de la libertad de prensa en Occidente. Pero la propia tradición occidental señala que los grandes periodistas tienen el derecho a guardar silencio y a preservar a la redacción de una campaña, sobre todo si se trata de lanzar a una mayoría en contra una minoría.