El factor Urresti

¿Será el ministro del Interior el “salvador” del nacionalismo en el 2016?

El envilecimiento de la política que desarrolló el régimen nacionalista, el descrédito del espacio público, los golpes de suerte en la captura de Benedicto Jiménez y Rodolfo Orellana, un exacerbado histrionismo e hiperactividad mediática, han catapultado a Daniel Urresti como una figura del escenario nacional. El titular del Interior hoy tiene más aprobación que cualquier personaje del gobierno. La mal llamada pareja presidencial, empantanada en denuncias que se multiplican por doquier, empalidece ante la estrella ascendente de Urresti.

Cosas de la fortuna y la política. El futuro de Ollanta Humala y Nadine Heredia hoy depende de que Urresti mantenga la subida en el respaldo ciudadano. Ante tanta denuncia, ante tantos amagues de comisiones investigadores en el Congreso, Ollanta y Nadine necesitan de una estrategia mínima hacia el 2016 que les garantice una retaguardia parlamentaria decente. La imagen veleidosa de Alejandro Toledo no garantiza nada, de manera que Urresti es como una luz en el negro firmamento.

Durante los dos primeros años de administración nacionalista las suspicacias indicaban que en Palacio existía un proyecto para perpetuarse en el poder. Hoy el análisis indica que la pareja presidencial necesita remar con lo que exista para llegar a la orilla. A estas alturas, deben haberse desatado las depresiones, los celos y las rabias con respecto a las nuevas relaciones frente a Urresti.

Sin embargo, aquí surgen las preguntas. El ministro del Interior es un típico populista que ha comenzado a cabalgar sobre el desborde social de la criminalidad que, paradójicamente, se ha agravado durante este gobierno. Su vocación mediática, su espíritu de confrontación, y su habilidad para convertir cero reformas y cero logros en aprobación ciudadana, nos hace recordar los estilos de los líderes bolivarianos que lograron quebrar las democracias en América Latina.

Con una larga trayectoria militar, con evidentes cuestionamientos en DDHH (como Humala) y sin antecedentes democráticos, la trepada de Urresti produce enormes interrogantes sobre sus compromisos con la institucionalidad.

De pronto, se extiende la siguiente percepción: si bien el gobierno nacionalista agravó la crisis de seguridad ciudadana, ese mismo proceso le ha permitido gestar una figura de recambio en el preciso instante en que se torna inviable la candidatura de Nadine Heredia, pacientemente trabajada en los dos primeros años de administración.

¿Exceso de suspicacia? Puede ser. Pero la mayoría nacional que hizo escuchar su voz ante los intentos de gestar un proyecto autoritario en el país tiene el deber y el derecho a la sospecha, sobre todo, cuando la desaprobación de la actividad pública posibilita el retorno de los aventureros y los audaces.

En América Latina y en el Perú ya ha quedado absolutamente claro que la  “novedad del outsider” solo ha servido para engullirse a la democracia, ya sea con la mano derecha o con la izquierda. En los próximos meses veremos cómo avanza el factor Urresti.

Puede ser que, ante la ausencia de reformas, el el desborde social de la criminalidad termine tragándose la imagen del titular del Interior y la vida se encargará de poner en su lugar un liderazgo tan indescifrable. Pero también puede ser que la democracia y la continuidad de la institucionalidad vuelvan a ponerse a prueba. Hasta hoy la libertad sigue ganando, pero vale siempre recordar un aserto que repiten los demócratas que envejecen en libertad: más vale malo conocido que bueno por conocer.

Por Víctor Andrés Ponce
(03 - dic - 2014)