El análisis concreto de la situación concreta

¿Hubo un golpe de Estado? Es evidente que sí. Ningún constitucionalista serio lo ha negado. ¿La mayoría del país ha apoyado el cierre inconstitucional del Congreso? Claro que sí. Salvando las distancias, pues, la nueva administración de facto de Vizcarra tiene algunos brochazos del 5 de abril de 1992: apoyo de las Fuerzas Armadas, respaldo de la mayoría de la gente y el arrinconamiento de la clase política del Congreso. 

Decimos algunos brochazos porque detrás de este golpe no hay reformas ni grandes logros en gobernabilidad. Allí hay una diferencia capital, y el elemento que puede diferenciar una tragedia de una comedia.

Igualmente, vale señalar que Vizcarra no las tiene todas consigo. Paradójicamente al ganar ha creado su peor adversidad: hoy no tiene un enemigo al cual culpar del desgobierno y el colapso del Estado, y de aquí para adelante está obligado a gobernar, a mostrar resultados. 

En este contexto Vizcarra estará tentado a utilizar la caja fiscal para ganar popularidad. Si lo hace revelará intenciones claras hacia las elecciones del 2020 y las cartas estarán sobre la mesa: desde el Ejecutivo habría entonces la idea de convertir el próximo Congreso en una asamblea constituyente para abrir un curso reeleccionista. ¿Para qué entonces se relajaría la disciplina fiscal cuando las proyecciones nos señalan que este año el Perú crecerá menos de 2.5%? 

Si Vizcarra enrumba por este camino quedará en evidencia demasiado pronto y es posible que la oposición crezca al mismo tiempo que Vizcarra mantiene popularidad y se autonomiza de todos los aliados que lo apoyaron. Las cosas estarían más que claras.

Sin embargo, en la política las malas previsiones no solo suceden porque los ganadores actúan, sino también por la forma cómo responde la oposición y se generan los contrapesos. En otras palabras, de acuerdo al plan y la estrategia opositora.

Es evidente que la oposición al proyecto plebiscitario en curso, que se gestó con la elección de Pedro Olaechea en la presidencia del Congreso y la reelección de Rosa Bartra en Constitución, está desconcertada, desarmada. Si se quiere, se podría señalar que todos los intentos opositores empiezan a fracasar uno por uno: Keiko Fujimori encarcelada, el trágico final de Alan García, y la oposición que acaba de ser derrotada con la anticonstitucional disolución del Congreso.

Queda claro, pues, que para detener cualquier arresto plebiscitario reeleccionista, así como los intentos comunistas de cambiar el régimen económico de la Constitución, tiene que surgir una oposición. Se necesitan rostros nuevos que se sumen a quienes han venido resistiendo. Pero se necesita echar ciertos cables a la realidad. 

Por ejemplo, es necesario que se siga denunciando el surgimiento de una administración de facto, porque nació sin respetar la Carta Política y hay asunto jurídico constitucional a resolver. Sin embargo, es necesario también empezar a correr a toda velocidad para lograr una participación adecuada en las elecciones para el Congreso del 2020. No hacerlo sería cometer un yerro imperdonable. Sería dejar la cancha libre a los proyectos comunistas, que si son emplazados y cuestionados se reducirán a su mínima expresión.

El análisis concreto de la situación concreta obliga a considerar los hechos como tales en relación con los principios. Y esta dialéctica nos indica que debemos evitar, cueste lo que cueste, que el próximo Congreso se convierta en congreso constituyente. Allí hay una batalla que definirá todo.