De la guerra política a la guerra ideológica

En el Perú la renuncia del ex presidente Kuczynski canceló la guerra política entre Ejecutivo y Legislativo que bloqueó la gobernabilidad, envileció el espacio público hasta niveles impensados y comenzó a destruir la economía nacional. La mencionada guerra se combinó con una judicialización de la política y la economía, sobre todo por la irresponsabilidad del Ministerio Público, y de pronto el país ingresó a un empantanamiento del que parecía difícil salir.

Hoy todo eso ha terminado para alivio de los peruanos. Sin embargo, en medio de esa guerra política, el humor populista, la izquierda parlamentaria antisistema y los activistas sociales anti inversión, comenzaron a ganar el debate ideológico que inevitablemente se desarrolla en cualquier democracia o sociedad abierta. La mejor expresión del triunfo ideológico del antisistema se expresa en la caída de la inversión privada. Sin necesidad de ganar elecciones, el antisistema arrinconó a la inversión de las empresas hasta que con el raquítico crecimiento económico del 2017 ya no se pudo seguir reduciendo pobreza.

Pero no solo se trata de que las dos fuerzas promercado que disputaron la segunda vuelta del 2016 se trenzaron en una guerra sin salida, sino que el fujimorismo, el pepekausismo, el aprismo y las demás fuerzas políticas, de una u otra manera, comienzan a participar del humor populista que se acentúa con la cercanía de los comicios regionales y las elecciones del Bicentenario.

No solo el presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva, habla de revisar tarifas establecidas por la Sunass de acuerdo a un plan de servicios, y también de revisar todas las concesiones en que se cobran peajes, sino que Keiko Fujimori viaja al norte y se allana a la propuesta de derogar los decretos que autorizan firmar contratos petroleros en el zócalo norte. Todos parecen estar en carrera para ver quién cede más rápido a la presión y quién golpea con más dureza al “empresario chupasangre”.

En este contexto, imaginar reformas que incrementen el PBI potencial, la competitividad y la productividad de la economía parece un sueño imposible. Si le agregamos que en el Congreso las iniciativas populistas y los proyectos que agrandan el forado fiscal se multiplican en los predios de Fuerza Popular, APP, AP, el Apra y ni qué decir del Frente Amplio y Nuevo Perú, entonces el asunto se presenta más que sombrío.

La única buena noticia en medio de la desolación es que el fin de la guerra política que bloqueó a las instituciones nos permite asumir conciencia del desarrollo de una guerra ideológica en la que solo el sector antisistema aparece a la ofensiva, colonizando, incluso, a las fuerzas promercado. De otro lado vale anotar que la guerra ideológica es la única guerra que permite que las libertades políticas y económicas se consoliden.

Las democracias longevas solo prosperan y se mantienen sobre el vigor de sus economías capitalistas. La democracia y el mercado son sistemas abiertos y, por lo tanto, fomentan las competencias de todo tipo. En ese contexto, la guerra ideológica es una forma de competencia inevitable. Los únicos que pretenden negar esta tesis son las fuerzas antisistema que buscan desarmar, precisamente, la defensa del sistema. Todo es ideología: desde la ley mercantilista de la leche en polvo hasta los octógonos prohibitivos contra la industria alimentaria.

Quizá entonces retomar la guerra ideológica sirva para realinear a los actores políticos alrededor de su responsabilidad con el sistema. Veremos.