Cateriano, el demócrata

¿Cómo entender su permanencia en gobierno que se desmorona?

El Presidente del Consejo de Ministros (PCM), Pedro Cateriano, acaba de pronunciar dos frases memorables: “Me muerdo la lengua para no responder a García” y “No soy abogado de Nadine”. Si se tuviera que ponderar semejantes expresiones en medio de la coyuntura política, es evidente que cualquier peruano con cierta grandeza tendría que sostener que se tratan de las declaraciones de un demócrata a carta cabal. Retratan a un PCM que se ha puesto sobre las espaldas el espinoso camino de la transición electoral hacia el 2016.

Y no se trata solo de un jefe de Gabinete sino que –en la práctica- se parece a un auténtico jefe de gobierno al mejor estilo francés habida cuenta que la mal llamada pareja presidencial solo está dedicada a organizar su defensa judicial ante la avalancha de denuncias y evidencias.

Cateriano renuncia a responderle a García no obstante que es un esgrimista profesional y, casi con seguridad, las respuestas del PCM golpearían algunos flancos del líder aprista. Y semejante renuncia solo se explica por la voluntad de representar al Ejecutivo políticamente, de agregarle al oficialismo una cuota de prudencia y discreción que son demasiado escasos en el nacionalismo. Cateriano también nos señala que no es el abogado de Nadine y lo hace porque sabe que el tema es una carga de dinamita en las relaciones entre oficialismo y oposición. Es la fuente de todas las polarizaciones  de hoy. El PCM nos dice claramente que su papel empieza y termina con la gobernabilidad.

Una apreciación de Cateriano en este sentido puede ser polémica. Algunos quizá no le reconozcan méritos a la conducta del PCM. No obstante, ¿por qué Cateriano continúa en un gobierno que se desmorona ladrillo por ladrillo? ¿No ganaría más alejándose y preservando algunas cosas? No se puede entender su permanencia en el Gobierno al margen de una voluntad de asumir la gobernabilidad.

Todos estos hechos suceden días después de que el presidente Humala convocó a elecciones generales enterrando rumores sobre conspiraciones y supuestos golpes de estado alentados por un sector palaciego que pretendía “meter miedo” a la oposición. ¿Cuánto tiene que ver Cateriano en la convocatoria de la cuarta elección nacional sin interrupciones? A juzgar por los desmadres de Palacio, mucho.

El Perú es un país donde el culto a la facción siempre ha estado por delante de la nación, de la idea de comunidad política. La facción nos viene de una Colonia donde el adversario se convertía en chicharrón de la hoguera inquisitorial. En el Perú el diferente era negado, la otredad era imposible de asimilar. La izquierda y su voluntad de excluir continúan siendo el último reducto de ese pasado colonial. De allí la importancia de reconocer a un demócrata en las filas contrarias, de allí la trascendencia de que los fujimoristas, apristas, pepekausistas y castañedistas desarrollen una pausa en sus campañas y reconozcan algo del adversario.

Quizá para entender el papel de un demócrata valdría preguntarse, ¿qué habría sucedido con el oficialismo sin Cateriano? ¿La pasión por la aventura, la soberbia adolescente, y el rosario de yerros de Nadine Heredia, se habrían impuesto? El Perú avanza hacia su cuarto gobierno democrático sin sobresaltos constitucionales y la democracia empieza a conseguir el bien más preciado: la longevidad. Y de alguna manera es la historia de un puñado de demócratas y, entre ellos, está Cateriano. Ya vendrán los nuevos Basadre que la escribirán sin pasiones.

Por: Víctor Andrés Ponce