Apuntes luego del mensaje

Tarde o temprano, la mala política termina envenenando la economía

Durante los gobiernos de Alejandro Toledo, Alan García y los primeros dos años de Ollanta Humala, nos la pasamos diciendo que el impresionante crecimiento económico que había reducido la pobreza y la desigualdad sin precedentes se desplegaba frente a un estado que, si bien ya no tenía mucha actividad empresarial, era vetusto, del siglo pasado; y que la buena economía prosperaba frente a una terrible política. Pero el frenazo brutal de la economía nos comienza a señalar que, en una sociedad democrática y abierta, la mala política, tarde o temprano, envenena a la exitosa economía.

El discurso de Fiestas Patrias del jefe de Estado volvió a ignorar esta verdad que todos los peruanos de buena voluntad compartimos. No se anunciaron medidas dramáticas para restablecer la confianza empresarial ni se enfiló contra una de las causas que podría desatar una crisis de gobernabilidad: la permanente confrontación política.

Pensando mal, uno podría decir que alguien está contento con que la inversión privada comience a lentificarse para apretar el botón del protagonismo estatal: El gasto público que se expande cuando la recaudación disminuye por la desaceleración. ¿No suena a cosas que ya hemos padecido?

Alguien podría decir que semejante suspicacia es injusta porque el régimen ha lanzado un plan agresivo de concesiones, pero es necesario recordar que, si el 2014 salvaremos la cara y si el 2015 y el 2016 todavía tendremos buenas cifras, es solo porque nuevas inversiones y ampliaciones mineras –que se gestaron en los gobiernos de Toledo y García-- entrarán en funcionamiento. Es decir, la economía de mercado que el actual gobierno mata de a poquitos sigue auxiliando a Palacio.

Nuestra defensa de la economía y el crecimiento no tiene que ver con la defensa de grupos y sectores económicos. Tiene que ver con la defensa de la democracia y la libertad. La democracia peruana de hoy, a diferencia de los experimentos democráticos de los siglos anteriores, representa a los 30 millones de peruanos y su sorprendente persistencia solo se explica porque la libertad política y la libertad económica son las dos caras de una misma moneda.

Tres procesos electorales sin interrupciones y a dos años de los próximos comicios nacionales, con solo un 23% de pobreza en una sociedad con todos sus ciudadanos con derecho al sufragio y posibilidades de acceder a la propiedad, suman hechos inéditos en la historia republicana. Nunca como ahora estuvimos en posibilidades de dar ese gran salto que nos conduzca una sociedad desarrollada y en plena libertad.

De allí el resabio que nos deja el mensaje presidencial. El régimen no está mal, pero se olvidó de los problemas esenciales: el crecimiento de la inversión privada y la confrontación política. Claro que el gobierno no está mal desde que Humala juró el cargo, pero las omisiones en economía y en política han ido configurando el frenazo económico y una larvaria crisis de gobernabilidad. Quizá la absoluta mediocridad económica y política son las características incuestionables de un gobierno que respeta la institucionalidad y el mercado no por convicción, sino porque la mayoría política, social y mediática del país sigue defendiendo con uñas y dientes la libertad política y económica.

Por Víctor Andrés Ponce