Anotaciones y correcciones mediáticas

Hoy domingo, los medios escritos parecen haber guardado las armas. No hay portadas incendiarias contra los adversarios ni luciferes que combatir. Hasta se nota apertura, voluntad de extender puentes. Una noticia positiva para el país. Sin embargo, el análisis obliga a los contrastes con los días previos.

Una semana atrás, cuando el fiscal Domingo Pérez y el juez Richard Concepción Carhuancho desarrollaban la puesta escena contra Keiko Fujimori, todo era pétreo, inexpugnable. Los medios escritos, radiales y televisivos difundían los débiles argumentos jurídicos de Pérez y los reforzaban convocando a juristas noveles, desconocidos. El motivo: todos los abogados con prestigio académico y profesional simplemente, criticaban las argumentaciones de Pérez a favor de la detención provisional por violar el principio constitucional de la presunción de inocencia y el debido proceso. Mucha política y poco derecho, se decía.

El contraste entre esa dureza y la magnanimidad actual de los medios parece provenir de un razonamiento político. Conscientes de que la carcelería de Keiko no se puede sostener en otras instancias del sistema de justicia peruana, de una u otra manera, se apostó por el castigo político. La reina del fujimorismo debe permanecer una temporada en cárcel —tal como lo dicen los congresistas pepekausas— para pagar por sus yerros políticos: renuncia de PPK, confrontación excesiva, Ley Mulder y otros.

Ahora bien, si este razonamiento se destila en ciertas redacciones se comete un pecado capital: la misma soberbia que nubló a Keiko. Y ese ensoberbecimiento señala que en los medios se cree tener un poder que no tienen. Si la campaña de demolición y posterior encarcelamiento de Keiko ha sido exitosa solo se explica por una razón: Fuerza Popular se convirtió en una suma de las ineptitudes y errores políticos. La conjugación de la mala política.

Cuando hay buena política, los medios que pretenden hacer política generalmente son derrotados. Los triunfos de Trump y Bolsonaro representan la victoria sobre medios que tienen una potencia informativa superior en miles de veces a las redacciones peruanas. En el caso de Bolsonaro, incluso es el triunfo de una campaña con cero recursos.

¿A qué vamos? En el Perú algo muy radical va a suceder con la credibilidad de los medios de comunicación porque, de una u otra manera, las redacciones peruanas se han convertido en locales de campañas de propaganda y anti propaganda a favor de determinado asunto político. En la práctica han terminado reemplazando a las movilizaciones políticas que antes desarrollaban los partidos. Y si las cosas han llegado al extremo es porque el fujimorismo proveía de miles de galones de combustible a la hoguera en que iba a ser achicharrado. Algo más. Las redacciones han hipotecado su credibilidad a la aprobación del Gobierno de Vizcarra; y si a él le va bien, les irá bien. Si le va mal, será muy difícil que puedan sacar el cuerpo.

Semejante situación se presenta en momentos en que la revolución digital y la sociedad de redes que ha emergido le restan mucho poder a los medios tradicionales. Quizá por eso hoy es incuestionable la dependencia de las redacciones del subsidio estatal. Estamos en tiempos de revolución informativa y tecnológica y, generalmente, los miembros del statu quo suelen negar la ola que los desplazará. Demasiada política y casi nada de periodismo. ¿Por qué? Porque si bien en la dialéctica de la libertad de prensa, los periodistas generalmente no avanzan a contracorriente de los intereses de los dueños, sí tienen la obligación de guardar silencio y no sumarse a las campañas que ningunean las verdades. Es la tradición del buen periodismo.