Hugo Neira

Simone Veil. Luis Bedoya Reyes.

Molde. Ejemplo. Paradigmas

Simone Veil. Luis Bedoya Reyes.
Hugo Neira
03 de julio del 2017

Molde. Ejemplo. Paradigmas

La política es un hecho social y colectivo. Pero también hacen la historia algunas personas excepcionales. Sirven de molde, de ejemplo a generaciones enteras.

Este miércoles entrante, el 5 de julio, habrá un homenaje en París en memoria de Simone Veil, bajo la cúpula de los Inválidos, aquella que guarda la tumba de Napoleón. Se inclinarán las banderas de las naciones europeas, llevando todas unas cinta negra. Simone Veil siempre estuvo en el corazón de los franceses. Es difícil olvidar que en mayo de 1974 una jurista de 46 años, entonces ministra de Salud en el gobierno de Valéry Giscard d’Estaing, logra una mayoría en el Parlamento para aprobar la legalidad de la interrupción voluntaria del embarazo. Por esos años, unas 300,000 mujeres en Francia corrían riesgos al abortar en establecimientos clandestinos.

Simone Veil fue siempre una presencia enérgica en la vida francesa. Arrestada en Niza, a los 16 años, por soldados alemanes que la entregaron a la Gestapo, fue deportada con su familia al campo de exterminio de Auschwitz. Nunca volvió a ver a sus padres. Ella llevó toda su vida el tatuaje sobre el brazo izquierdo, con una cifra: 78651. En 1945, cuando estaban perdiendo la guerra, los carceleros alemanes conducen una fila interminable de prisioneros al campo de Bergen, entre las nieves, a pie. La intención era que muriesen en el camino.

¿Por qué recordar ese vía crucis? Simone Veil tenía todas las razones para odiar al pueblo alemán por sus crímenes. Ciertamente guardó «un inmenso desprecio» para con los nazis. Pero en la posguerra, la sobreviviente de los campos de la muerte entiende que otros son los tiempos, y que «era inevitable la unión franco-alemana», en su libro Una vida. Ella es parte de esa generación de constructores de la Unión Europea. Como Robert Schuman, alemán. Jean Monnet, francés. Como Mitterrand y Jacques Delors, adolescentes cuando la II Guerra Mundial. Esa generación entierra la locura de sus predecesores.

Dejar el odio de lado. En 1979, la muchacha que conoció Auschwitz es elegida presidente del Parlamento Europeo. Simone Veil había aprendido muchas cosas, pero no a odiar.

Me hubiese quedado en esta crónica con tres hechos decisivos, la experiencia de los campos de exterminio, el derecho de las mujeres a disponer libremente de su cuerpo y el Parlamento Europeo, que reúne a antiguos enemigos para construir otra historia, otra sociedad. Y por el azar de las cosas, me sorprende una entrevista y una portada de la revista Somos con el rostro de Luis Bedoya Reyes. Un testimonio del siglo XX y del actual. Las verdades de a puño del Tucán.

En ese reportaje, sin embargo, hay algo de melancolía. No viene de la edad, viene de ese suerte de maldición peruana, «las ocasiones perdidas» (Jorge Basadre). Que esa frase tenga actualidad, lo dice todo. Mientras en Europa se ponen de acuerdo los más intransigentes adversarios, los peruanos hacemos exactamente lo contrario. Nos inventamos enemigos, mitos, cucos, «la china», «la izquierda», «la derecha achorada», lo que sea. No es el caso de Bedoya Reyes. Su sencillez y bonhomía brillan en el pantano de las opiniones. En esa entrevista, hay sinceridad, lucidez, y generosidad, no dice lo que dice porque tenga ganas de poder. Y hay crítica, lo que siempre es saludable.

Sin embargo, ese utensilio del pensamiento casi ha desaparecido de los medios de prensa y comunicación, comprados por aquellos que evitan el escándalo de la realidad. Bedoya dice los horrores de la vida peruana, «una parte de una cuadrilla de asaltantes es policía». Hay hechos terribles en ese reportaje, y tanto mejor decirlo, «somos un país que cuando se presenta una oportunidad de éxito, la malogra». Comparados con los enormes obstáculos de otras naciones, ¡qué pequeños son nuestros problemas! Pero el poder legítimo se mueve tan solo en grupos de amiguetes, conocidos, colleras. Sin embargo, el Estado no es un club social.

Sí pues, el 2021. Mientras tanto, la ideología dominante del costo/beneficio conduce a contemporáneos esclavismos; obreros encerrados en un contenedor con candado. Y en cultura personal o colectiva, vamos para atrás como el cangrejo. Ser inculto, portarse como un matón, sube los bonos, es el pasaporte para hacer política con agresiones verbales en la radio, la pantalla y las redes. Sin duda, el lumpenproletariado, ese que hemos fabricado tras treinta años de un simulacro de educación, espera el 2021 para llevar su César al trono. No será ni un Augusto ni un Tiberio. Algún Caracalla, césares de la decadencia. «La ingrata sorpresa», de la que habla, ahora, a tiempo, el Tucán.

¿Hay algo en común entre la situación peruana y la francesa? ¿Entre Simone Veil y Luis Bedoya Reyes? Sí, lo hay, pese a las distintas circunstancias. Hay una lógica que se sobrepone a las menudas disputas, se llama la «razón de Estado» En nombre de ella Simone Veil tuvo la grandeza de superar el pasado. Luis Bedoya Reyes tiene conciencia de la crisis presente. Su virtud, de toda una vida, es la franqueza.

Posdata. Escuché el último programa de Jaime de Althaus, y su adiós. Qué lástima. Por lo visto, los que piensan por su cuenta son un riesgo para los que manejan la dictadura mediática o «el poder en las sombras» que dice María del Pilar Tello.

 

Hugo Neira

Hugo Neira
03 de julio del 2017

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