Hugo Neira

Montesquieu y la interpretación chicha

Montesquieu y la interpretación chicha
Hugo Neira
09 de noviembre del 2015

A propósito del reciente debate sobre la separación de los poderes

Hace poco, hubo debate sobre “la separación del poder” entre legislativo, judicial y ejecutivo. Lo provocó, entre otros, el hábeas corpus pedido por Alejandro Toledo ante las investigaciones abiertas por la actual Cámara por el caso Ecoteva. El Tribunal Constitucional sentenció en su contra, marcando la independencia de un poder ante el otro. Volvimos, pues, ante un campo de interrogaciones. Antiguo y viejo problema ¿qué poder predomina? No es la primera vez que estas dudas asoman en nuestra vida republicana. Acaso la culpa la tenga un conocidísimo filósofo francés llamado Montesquieu. ¿Qué tal si vamos a visitarlo?

¿Quién no lo conoce? Escritor, filósofo, un ilustrado del XVIII. “Gran señor cosmopolita sin grandes ilusiones”, lo describe su mejor biógrafo. Pero no nos perdamos, se dedicó a escrudiñar “la generación de las leyes” en varias sociedades, con la misma paciencia que Darwin se puso a estudiar las especies vivientes. Ahora bien, si visitamos su obra principal, Del Espíritu de las Leyes, que publicó anónimamente, acaso nos llevaríamos algunas sorpresas. La primera, no es un libro más. El volumen que tengo ante los ojos tiene 842 páginas, en Alianza Editorial (Madrid, 2003). Además, ese gran señor del Siglo de las Luces, en realidad llamado Charles-Louis de Secondat Baron de La Brède (1689-1755) no escribía libritos sino enormes sumas del saber humano.

Su índice aturde y abruma. Estudia gobiernos moderados y despóticos, leyes antiguas francesas y japonesas, el tribunal doméstico de los romanos y la opinión de Aristóteles y lo que hizo el rey de Siracusa, las buenas costumbres de China y la esclavitud de los negros; la poligamia y el suelo de América. No crea el lector que exagero o invento. Todo esto y más está en el oceánico señor de Secondat. Pero hay un problema. Por ningún lado aparece con capitulares aquella  “separación de poderes” que, sin embargo, es lo más conocido del abundante filósofo. Y el origen de nuestras bizantinas disputas.  El lector dirá no es posible, ¡busque bien! Y es lo que hago.

Por si acaso, esa obra se divide en 31 libros y más de doscientos capítulos. Y ninguno dice: “de la separación de poderes”. ¡Asombroso! Cuando se supone que esa idea es la “teoría general de las condiciones de la libertad institucional y social”. En fin, claro que lo encontramos, pero bajo un rubro inesperado, el siguiente: “de las monarquías que conocemos”, Cap. 7 del libro IX. En unas cuantas líneas casi perdidas:

«Los tres poderes no están distribuidos ni fundidos según el modelo de la constitución de que hemos hablado, sino que cada uno tiene una distribución particular, según la cual se acercan más o menos a la libertad política, de modo que si no se acercaran, la Monarquía degeneraría en despotismo.» (p. 218)

La palabra es distribución. ¿De qué? Del poder, de qué otra cosa podía ser. En francés, inglés y en castellano una cosa es ‘separación’ y otra ‘distribución’. Montesquieu quiere evitar que los tres poderes quedaran en manos de un solo hombre, una sola asamblea, un solo poder. Vivía bajo el despotismo e intenta evitarlo para los siglos venideros. A este caso Charles Eisenmann llama una “desinterpretación”. Suavidades de profesor. Los herederos sacaron las conclusiones que les convenía. No es esta una de mis clases, pero cabe señalar, entre muchos, jacobinos franceses y federalistas norteamericanos (Hamilton, Madison). Montesquieu nunca dijo nada de “separación” y menos que el parlamento (o el judicial) fuera el primer poder. Eso pasa por el rapidito nomás, la cultura chicha. ¿«Un error de lectura»? (Eisenmann). No me lo creo. Hay cultura chicha en nuestra adversión a la teoría y también en otros lugares.

Se la hicieron a Marx. No hay una línea suya sobre el Estado socialista. Ni una en Rousseau sobre gobierno con mayorías y minorías. Y hoy el liberalismo político tiene axiomas cuasi religiosos y escondidos despotismos. Tanto como sus rivales socialistas.  Acaso un día salgamos de esta edad de piedra.

Por: Hugo Neira

Hugo Neira
09 de noviembre del 2015

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