No hay buenos políticos con malos electores

¿Puede explicarse la patológica profusión de candidatos presidenciales sin la mínima posibilidad de llegar a nada? Algunos son personas con la formación y experiencia necesarias para saber que no tienen posibilidad alguna, como las encuestas vienen mostrando desde hace meses.  ¿Por qué se presentan entonces? ¿Por qué asumen el riesgo de poner en evidencia que la opinión sobre ellos es aún más negativa de lo que parece? ¿No es ese el caso de Daniel Salaverry y Julio Guzmán, para citar los nombres más conocidos?

Es claro que se trata de un fenómeno derivado de la degradación de nuestra política, la indiferencia mayoritaria y el triste nivel demostrado por el elector peruano a lo largo de un lustro que ha herido el sentimiento de la nación y el respeto por sus dirigentes. Este deterioro generalizado se evidencia, por ejemplo, en que un demagogo como Lescano apareciera como favorito en los sondeos de opinión, en la horrenda composición del actual Congreso, en la popularidad que mantienen personajes tan lamentables como Vizcarra, o en la presencia de candidatos presidenciales y congresales desconocidos e improvisados.

La irresponsable insensatez e ignorancia de quienes aspiran a posiciones de representación popular –que no están en condiciones de ejercer con idoneidad– se manifiesta en el absurdo afán de cambiar de Constitución, que varios han convertido en bandera electoral, a pesar de la mejoría histórica que el régimen económico de la Carta de 1993 hizo posible en el Perú.

La interminable pandemia que padecemos hace un año y sus terribles consecuencias económicas y sociales no han tenido el deseable efecto de convocar candidatos a la altura de la crisis y las soluciones que exige. 

Desafiando lo razonable, una retahíla de incompetentes hace mayoría en la interminable cédula de votación del 11 de abril.  De esa indigerible sábana de opciones es imperativo buscar las mejores para optimizar los resultados de una votación que determinará el futuro del Perú en los próximos cinco años.

No podemos tener buenos políticos con malos electores. El ciudadano debe tenerlo presente a la hora de votar.