¿La tormenta perfecta?

Cuatro meses de campaña electoral con más de veinte candidatos de partidos raquíticos; dos vacancias presidenciales; un Congreso de pacotilla que legisla mal y fiscaliza peor; un Ministerio Público que funciona políticamente de la mano con el Ejecutivo y un Poder Judicial desprestigiado; una pandemia que nos ha destrozado; una economía recesada y amenazada por quienes pretenden eliminar el eficiente régimen económico de la Constitución; un déficit fiscal multiplicado por el gasto de la epidemia y el festín populista del parlamento; un Tribunal Constitucional vencido y a la espera de una configuración incierta, Policía Nacional disminuida y desorientada por Ministros del Interior que cambian semanalmente; un frente interno alterado por paros turbulentos, protestas violentas y bloqueos en la Panamericana y la Carretera Central capaces de paralizar el país; el nombramiento de un miembro del partido de gobierno para dirigir el sistema de Inteligencia Nacional (DINI), en medio de la efervescencia radical que nos afecta; el desmantelamiento de lo que funcionaba bien (el régimen agrario), agravado por la hostilización y falta de apoyo a la minería –los pilares más productivos de la economía nacional–; la desconfianza creciente en una democracia criolla definitivamente disfuncional; una terrible sensación de agotamiento político teñida de una justificada preocupación por el deterioro vertiginoso que observamos, multiplicada por el temor de que las elecciones de abril próximo nos acerquen al precipicio de otro quinquenio tan malo como el que termina. ¿No es un horizonte que configura lo que podría caracterizarse como una tormenta perfecta?

¿Será posible superar la tremenda decepción causada por la ineptitud de políticos tan mal elegidos, y la triste ejecutoria de la clase que dirige nuestras frágiles y atemorizadas instituciones públicas y privadas? 

Todas las sociedades discurren en un continuo entre los extremos del caos y el orden, buscando equilibrios que permitan armonizar el cambio de lo que está mal y el mantenimiento de lo positivo. El mecanismo opera mediante la participación de los ciudadanos que eligen a sus dirigentes y políticos para que actúen y materialicen las aspiraciones y el contrato social consagrados en la Constitución.

Lamentablemente, en el horizonte preelectoral del Perú sobresalen el desengaño y la falta de interés en el proceso político, el decaimiento de la opinión en los medios de expresión, el mal uso y abuso de las sinópticas redes sociales (que reemplazan a la lectura y la reflexión), la ausencia de consideración y civismo en el comportamiento social, además de la galopante informalidad que nos condena a vivir entre el desorden y el caos urbano. ¿Cuánto empeorarán estas condiciones en los meses más febriles de una contienda electoral veraniega de la que no esperamos nada bueno?

Los apuntes anteriores hacen recordar el penoso diagnóstico de Michael Porter (Harvard Business School) que se lee en el enlace publicado por Rodolfo Cremer (MBA, Ph.D) el 20 de agosto último (1), que contrasta los rubicundos pronósticos del mismo Porter en octubre de 2011, cuando dijo que el Perú “ tiene una gran oportunidad de ser un líder global en el crecimiento económico” y de convertirse en una “verdadera estrella” (Andina, 26/10/2011). 

No es difícil concluir, entonces, que la marcha del Perú es semejante a la del cangrejo. Con la diferencia de que ese animalito playero corre hacia atrás advertido por la atenta mirada de sus ojos verticales y saltones.

(1) https://www.linkedin.com/pulse/qu%C3%A9-le-dijo-michael-porter-al-empresariado-peruano-rodolfo